Últimamente se ha puesto de manifiesto la verdadera naturaleza de las clínicas abortistas en donde, casi siempre, la crueldad más espantosa tritura la vida de los más inocentes e indefensos: los niños que esperan el milagro de nacer. Resulta asombroso que puedan existir tantas madres torpes, cobardes, irresponsables y cómplices, que consientan semejante monstruosidad sobre la inocencia que late en sus entrañas. Resulta inaudito que existan clínicas, "abortuarios" más bien, que se ganen la vida prestando semejantes servicios de exterminio. Resulta de una incongruencia canallesca que existan medios de información y organizaciones políticas que "comprendan" tanto iniquidad, vistiéndola como derecho a favor de la peor cobardía, cuando el derecho primero es el derecho a la vida desde el momento primero de la concepción. Un mundo, en el que semejantes "prácticas" formen parte de su "normalidad" es un mundo enfermo a partir del cual, la "urdimbre" que lo conforma, es una puerta abierta, de par en par, a toda suerte de perversiones como la guerra, la injusticia y el sometimiento de los más débiles a la tiranía de los más poderosos. Ahora que celebramos la Navidad, nacimiento de Jesús, no podemos mirar hacia otro lado cuando hay tantas navidades a las que no se les permite el milagro primero de nacer.