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Y la infancia… ¿qué?

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“La vejez, tal el nombre que otros le dan, puede ser el tiempo de nuestra dicha”.

Para poder transmitir los valores a los niños, tenemos que aprender a valorarnos a nosotros mismos, porque hay veces que somos negativos, por no haber tenido oportunidad de desarrollar nuestras capacidades. No por falta de inteligencia, sino por vergüenza o dejadez.
Los niños se pueden equivocar, retrasarse en los estudios, pero las personas mayores con nuestra experiencia podemos hacerles comprender las cosas, con buenas maneras, tranquilizarlos cuando están nerviosos por un examen que les ha salido mal. Les damos ánimo diciendo: “No te preocupes, que a la próxima te va a salir bien”.
Cuando se pelean con los hermanos, o con los compañeros, si vemos que el comportamiento no es bueno, se les puede inducir o enseñar a que aprendan a comportarse correctamente.
Si se han peleado con un amigo, una persona mayor le debe decir: “Hay que aprender a pedir perdón, porque después te vas a sentir mejor”.
O decirle, por ejemplo:
Mírate las manos y pregúntate, ¿qué cosas buenas puedes hacer con ellas?
Creo que lo más bonito sería dar la mano a tu amigo.
Los mayores todavía podemos y debemos ayudar a los niños. Muchas veces un cuento, o una historia, un buen consejo, y pasado el tiempo, te piden que les cuentes otra vez aquello que te pasó cuando eras pequeña, incluso te piden que se lo escribas para que no se les olvide.
Los niños quedan entusiasmados escuchando las verdaderas historias que les contamos los mayores, quizás porque era todo tan distinto. Jugábamos sin juguetes, escuchábamos cuentos al amor de la lumbre, veíamos y disfrutábamos del chisporrotear de la leña en la penumbra de los candiles de aceite, de petróleo y de carburo.
Voy a contar la historia de una niña de 10 – 11 años, que tuvo que trabajar separada de su familia cuidando niños. El ama de la casa donde trabajaba era muy estricta con ella, todo le parecía poco y mal hecho, le decía frases que no voy a escribir. En cambio, el amo (marido) al que tenía por el ogro del pueblo, serio y tosco cuando veía que la niña hacía algo bien decía: “Esta muchacha vale un potosí”. Así la niña sentía que su trabajo lo valoraba.
He escrito esto para que nosotros, los adultos, aprendamos a valorar y a decir a los niños lo que sentimos para que ellos se sientan satisfechos, unas palabras bonitas pueden alegrar su vida.
Los mayores decimos que los niños ahora lo tienen todo. Pero También están sacrificados por tantas actividades y por tantas horas que pasan separados de sus padres.
A ellos les ha tocado vivir en este momento, ¿y si este momento hubiera sido nuestra niñez?, ¿no habríamos hecho lo mismo que ellos? Por eso hay que ponerse en su lugar y ayudarlos
La vida evoluciona y tenemos que vivirla.
En nuestra niñez mucho trabajo y escasez.

Hoy para los niños, no es menos ni más, aunque aparentemente lo tienen todo, les puede faltar algo que nosotros, los mayores, los abuelos podemos dar, AMOR.

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