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Azca cuando cae la noche

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El madrileño barrio de Azca, que durante el día es uno de los centros financieros de la capital por donde pasean decenas de ejecutivos, se convierte los fines de semana en un núcleo de alboroto y en ocasiones de violencia. Las 30.000 personas que trabajan o transitan las oficinas del complejo dejan solos al caer la noche a los poco más de 2.000 vecinos que desde sus ventanas ven a las decenas de jóvenes que llegan a las discotecas de la zona, y con ellos ruidos y no pocos incidentes. El sistema de videovigilancia municipal, precisamente una de las demandas de los residentes desde hace años, ya son una realidad. Un total de 55 cámaras observan todo lo que pasa las 24 horas del días. Pero diez días de enchufarlas ya han sidotestigos de su primer hecho violento. Unos jóvenes la emprendieron a tiros contra otro por un asunto de drogas. El resultado: un herido grave y una decena de casquillos de bala frente a una discoteca latina. Lamentablemente no es un incidencia aislado. De vez en cuanto se producen reyertas en la zona, la más grave el asesinato en 2009 de un joven de 17 años. Desde entonces es verdad que ha descendido la afluencia a las discotecas de los bajos de Azca y las administraciones han intentaron frener la situación con un cambio urbanístico en la zona y evitando la apertura de más garitos declarándola Zona de Protección Acústica Especial. Por su parte, las sesiones de discotecas latinas del lugar han aumentado su seguridad, sabedores de que la zona es centro neurálgico de reunión y ocio de miembros de bandas latinas. Entre dichas medidas destacan la utilización de detectores de metales portátiles, al estilo de los aeropuertos, con los que los controladores de acceso cachean a los clientes, así como la instalación de cámaras de seguridad propias. Pero uno de los problemas derivados de estos sistemas es que los porteros de estos locales, auténticos forzudos con muy malas pulgas, es que no tiene competencia para cachear o requisar un arma, por lo que en caso de detectar alguna niegan el acceso a la sala y llaman a la Policía. Tampoco pueden retener al portador de la pistola, que generalmente huye cuando es detectado.

Además de la violencia, otro de los malestares vecinales es el ruido, el botellón y la suciedad que genera este foco festivo. Y es que las pasarelas que conectan las dos alturas del complejo se convierten en nauseabundos urinarios, aceras con agujeros y baldosas rotas peligrosas para los viandantes, un lugar donde es habitual hallar bolsas de basuras y objetos rotos o abandonados, así como cartones y colchones de los indigentes que duermen en esos soportales. Con todo este panorama es difícil pensar que Azca sea un buen lugar para salir de fiesta, tomarse una copa tranquilamente o bailar sin tener que ser cacheado como si entraras en el Congreso de los Diputados. Cuestión de modas. Porque como diría Fernando Savater, “a diferencia de la vejez, la juventud siempre está de moda”.

 

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