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El ‘nuevo’ terrorismo

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Arrancaba 2015, un año que apuntaba a esperanzas e ilusiones. Pero en apenas una semana todo ese optimismo se ha visto vilmente fulminado por la matanza de París, que ha conmocionado a una España y una Europa ensimismada en sus enfrentamientos internos. Unos pocos fanáticos han despertado a las sociedades europeas de su letargo. Los ciudadanos han comprobado la fragilidad de su seguridad individual pero también la importancia de preservar los valores comunes demócraticos. La masacre de Charlie Hebdo ha sido una trágica llamada de atención a una sociedad acomodada que no debe estar dispuesta a que le arrebaten derechos conseguidos tras siglos de luchas sociales e individuales.

El enemigo se llama ‘nuevo terrorismo’, la amenaza global surgida a raíz de los atentados a las Torres Gemelas de 2001. Hasta entonces existía el conocido como ‘viejo terrorismo’, representando en Europa por bandas como ETA o el IRA. Terroristas sanguinarios, por supuesto, pero localizados a nivel regional, con aspiraciones secesionistas o políticas. Si eras alemán o inglés poco te importaba por qué ETA asesinaba, ya que nunca te pondrían un coche bomba al lado de tu casa. Así era de duro, pero así era. 

Sin embargo, el ‘nuevo terrorismo’ del siglo XXI, que tan bien caracteriza el terrorismo de Al Qaeda o del Estado Islámico, pasa de ser un acontecimiento local a una amenaza mundial, desatando una profunda sensación de inseguridad a nivel planetario, de miedo generalizado y de confusión. Los atentados islamistas de Bali (2002), Casablanca (2003), Madrid (2004) y Londres (2005) dieron buena cuenta de ello. 

Y es que ahora la amenaza llega de unos pocos individuos fanatizados, entrenados militarmente o simples ‘lobos solitarios’, que se deciden a atacar a la población en la que viven guiados, de una manera directa o tan siquiera orientativa, por líderes de dichas organizaciones asentados a cientos de miles de kilómetros de sus casas. No tienen un programa político-ideológico concreto ni un claro objetivo conseguido el cual se disolverían, sino un fuerte fanatismo religioso descomunal cuyo punto en común es la crueldad y el combate al mundo occidental.

Las antiguas organizaciones terroristas partían fundamentalmente de un concepto restringido del enemigo y de unas reivindicaciones terrenales, mientras que este ‘nuevo terror’ no discrimina entre sus víctimas desde el mismo momento en el que todos los demás son etiquetados como ‘infieles’, al tiempo que buscan unas recompensas mucho más elevadas, tanto en el ámbito político como en el espiritual. Y como sus misiones son ‘divinas’ no necesitan un importante sector de  la sociedad que las respalde –como necesitan los grupos clásicos–, sino que les basta el fanatismo. 

Así, los Estados occidentales han pasado de contar con una amenaza concreta y localizada, procedente de un enemigo más o menos individualizable a otra difusa y mucho menos individualizable y predecible. Por ello, los hasta ahora vigentes instrumentos policiales, jurídicos y de inteligencia destinados a combatir el nuevo fenómeno terrorista han resultado poco eficaces y necesitan ser revisados para frenar la nueva amenaza global. 

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