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La lamentable casquería de la Complutense

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El otro día volvieron a echar en la tele ‘Tesis’, la ‘opera prima’ de Alejandro Amenábar, una cinta de suspense ambientada en los lúgubres pasillos de la facultad de Ciencias de la Información de la Complutense, unas estancias que pocos años después comencé a pisar. Y aunque las mandaron pintar con chillones colores no consiguieron eliminar ese ambiente terrorífico con el que quedaron impregnadas. Aunque siempre pensé que esas ubicaciones eran fabulosas para este thriller, ahora creo que el cineasta madrileño estaba equivocado. Debería haber cruzado la avenida Complutense, llevar sus cámaras a la cercana facultad de Medicina y rodar de nuevo cómo Eduardo Noriega perseguía a Ana Torrent hasta una sótano que anunciaba ‘Bienvenidos al departamento de Anatomía y Embriología Humana II, la cámara de los horrores’. Allí se apilaban decenas de restos cadavéricos distintos que la protagonista tenía que sortear.

Lamentablemente este guión no es de película, es la imagen real de un lugar en el que teóricamente se guardan los cuerpos sin vida donados al saber y al aprendizaje de los alumnos de Medicina. Pero que en realidad, tal y como relataron, olieron y fotografiaron dos periodistas del diario ‘El Mundo’, se ha convertido en suerte de sala de los horrores con cadáveres peor tratados que los despojos de una casquería.

Una vez más, las alarmas se activaron tras la publicación. La Complutense justificó la situación alegando que el trabajador del obsoleto crematorio se había jubilado y Inspección de Trabajo paralizó la actividad del departamento. Los sindicatos y las administraciones se quejaron y, en un intento rápido de ‘quitarse el muerto de encima’, cargaron en bidones los cadáveres troceados camino de una empresa de destrucción de restos biológicos. La Guardia Civil paralizó el camión, al incumplir el procedimiento para la eliminación de este tipo de restos humanos. La universidad fulminó al director del departamento y en un giró rocambolesco se ‘autodenunció’ a la Fiscalía por haberse violado el precinto.

Una vez que el caso está judicializado, será un magistrado el que determine quién es el responsable de esta macabra situación. Repugna la falta de sensibilidad mantenida hacia los cuerpos y se comprende la indignación de los familiares. Los que para algunos son sólo brazos, cuerpos y troncos para muchos fueron personas que tras morir, por circunstancias familiares o personales, decidieron donar su organismo a la ciencia y la medicina.

La dejación de la universidad no oculta la dejación de los legisladores, que no han resuelto con una normativa clara y simple quién debe controlar el buen tratamiento de estos restos mortuorios. O resuelven el limbo jurídico en el que se encuentra este asunto o, a la larga, perderemos todos. Se dejarán de donar cuerpos a la ciencia, los alumnos tendrán que aprender con muñecos de plástico –y claro, no es lo mismo- y la Medicina madrileña no avanzará. Y esta vez Ana Torrent no se salvará.

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