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La soledad de nuestros mayores, un problema invisibilizado

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El muerto padecía el síndrome de Diógenes. Vivía solo y no tenía apenas familiares. Los vecinos llevaban más de un año sin verle pero pensaron que estaría viviendo en la Sierra. Semanas atrás la Policía halló otro cadáver momificado en parecidas circunstancias. Se trataba de una mujer de 83 años que al parecer murió en 2014. El ambiente seco, los accesos cerradas y su delgadez propiciaron proceso de momificación. La mujer vivía sola y una sobrina que tenía en Israel fue quien dio el aviso.

Aunque son casos muy llamativos, no son los únicos de muertes en soledad. En condiciones normales, los cuerpos se pudren y el olor alerta a los vecinos, que descubren lo ocurrido mucho antes. En 2018 el Samur contabilizó 17 personas de 65 años muertas solas.

Este tipo de fallecimientos son el detonante más trágico de un problema social mayor: el porcentaje cada vez más alto de ancianos que viven sin compañía o con sus mascotas. Este problema afecta a la calidad de vida mental y también física de las personas. El ser humano es social y por eso necesita comunicarse y vincularse afectivamente. Además, la soledad suele dar lugar a sentimientos de hostilidad, resentimiento y tristeza, lo que daña la cognición y la salud de los afectados, aumentando su posibilidades de dependencia y mortandad.

Esta problemática tiene una solución compleja. Normalmente, los ancianos están estigmatizados en una sociedad cada vez más individualista, productivista y competitiva. Los ancianos son apartados de la vida pública y los familiares, liados con su propia vida, cada vez se preocupen menos de sus progenitores. Un cóctel perfecto para que muchos mayores, impedidos física o psicológicamente, se recluyan en su piso con su tele sin ganas de más.

Es momento de que las administraciones se implique en esta realidad, que se da sobre todo en las grandes ciudades, ya que en las pequeñas o en los pueblos la red vecinal y familiar es mucho más intensa. En Reino Unido ya hablan de epidemia social y han creado una Secretaría de Estado específicamente para combatirla. 

Las instituciones han de poner en marcha programas de acompañamiento, ocio y socialización, aprovechando la teleasistencia y las nuevas tecnologías. También la ciudadanía debe reaccionar y volver a actuar como radares para descubrir casos de ancianos en situación vulnerable. La relación intergeneracional tiene que ser un gana-gana en el que los mayores pueden intercambiar su experiencia vital y los jóvenes las novedades de la vida moderna.

También es necesario un cambio de concepto de residencias o geriátricos. En muchos casos se han convertido en un mero ‘aparcaancianos’ en el que dejamos a nuestros seres queridos encerrados y sin motivaciones vitales, pasando el tiempo aburridos esperando la hora de comida o sueño para matar la monotonía. Las actividades y su apertura a la sociedad es fundamental para retrasar su deterioro físico, cognitivo y afectivo. Ahora que estamos en campaña electoral es el momento para pedir a nuestros políticos que atienen este problema invisibilizado: la soledad de la tercera edad

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