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Una Bernarda Alba que estremece al público

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El público toma asiento mientras la criada, interpretada por Caridad Laínez, está limpiando la casa. Antes de que el silencio invada la sala comienza la función. Ha muerto el marido de Bernarda Alba, entra en escena seguida por el sequito de sus cinco hijas plañideras, el mutismo de la gente se hace presente y no se escucha un murmullo. Estos son los primeros minutos de una Casa de Bernarda Alba que inquieta, sobrecoge y hasta emociona.

La obra de García Lorca llevada a las tablas de La Usina, de la mano del director, Joaquín Gómez, se hace de una forma respetuosa y con mucho negro. Negro y más negro tan solo interrumpido por Adela, la menor de las hijas de Bernarda, encarnada por Sara Ibancos, que contrasta con Angustias, la mayor de todas e interpretada por Cristina Arnau. La vida es caprichosa y el fatídico final se prevé desde el primer minuto para una de ellas, Angustias, prometida con Pepe El Romano quien la quiere por sus tierras y Adela, en la flor de la vida, que se convierte en la amante de Pepe.

Todo esto se desarrolla bajo una capa de luto impuesta por Bernarda, algo a lo que se oponen sus hijas, entre ellas Martirio, a la que da vida la actriz Lorena Jiménez. Ella tiene envidia del idilio entre Pepe y Adela, por eso sospecha, vigila y hasta la delata ante su madre. Antes de que todo esto suceda, ambas se enzarzan en una auténtica pelea, de forma literal, porque ambas actrices lo viven, sienten y transmiten al público ese amor por Pepe. Indudablemente es una de las escenas magistrales de este montaje teñido de negro y salpicado en dos escenas por el blanco de Isabel Menéndez, que representa a Josefa, madre de Bernarda. Neurótica, envuelta en soledad y con un ansia por la libertad y lo erótico, que Menéndez se encarga de transmitir con sus palabras edulcorando la escena y en consecuencia al aforo.

No cabe olvidar a Magdalena o Miriam Tejedor, pues actriz y personaje se funden en un papel destacado. Es quien inicia el llanto, la que más representa el dolor de la muerte de su padre, pues era su hija favorita. Como un alma en pena, Magdalena vaga como si de una sombra se tratara. Su frágil figura parece que se vaya a derrumbar en cualquier momento y hace que el espectador sienta la pena y dolor que padece. Por último, Claudia Ruiz interpreta a Amelia, la tercera de las hijas de Bernarda, la más tímida y por tanto la más resignada ante el luto impuesto por su madre. Apenas habla, asustadiza y piensa que todo ocurre porque así debe ser. Una resignación que comparte con Prudencia, amiga de Bernarda, que representa Lucía Acedo y que muestra la sabiduría, “en mi tiempo las perlas significaban lágrimas”, mal presagio.

El contrapunto del drama es cosa de Poncia, criada y amiga de Bernarda, que con su comicidad arranca más de una sonrisa al público durante la obra. Maty Gómez es quien con sus gestos y expresiones nos presenta una Poncia diferente, cercana y que desdramatiza la tensión siempre presente bajo el bastón de mando que lleva Bernarda. Y es ella, interpretada por Elena Cecilia Blázquez, la que con su rostro impávido hace estremecer a quien la mira a los ojos. La actriz impone su mandato desde el primer minuto, por eso el silencio se hacía presente al inicio de la obra, el mismo que se produce cuando su bastón es roto por Adela, y el que se enjuaga con lágrimas al final de la representación.

Representaciones: 

Compañía Bombín Teatro

Viernes 22 de febrero a las 19:30 en Ateneo de Madrid (Salón de Actos) c/ del Prado, 21. Información: 914291750

Sábado 23 de febrero en Sala La Usina c/Palos de la Frontera,4.  Solo con reserva: 914684754 / 670580570

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