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José Gestoso y el conde de Las Navas

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El Licenciado Gestoso —así firmaba y lo llamaban sus amigos y devotos— dejó una colosal herencia artística y literaria, importante, no solo para Sevilla, sino para España entera, pues aunque vivió siempre en la ciudad del Betis, ello no fue obstáculo para que su obra se difundiera a lo largo y ancho de la nación española, e incluso más allá de sus fronteras.

Agradezco cordialmente a don Alfonso su consideración al invitarme a dar esta charla, la penúltima de la serie que la Universidad de Sevilla y  las academias dedican a José Gestoso en el centenario de su fallecimiento.

El próximo día 31, el profesor Pleguezuelo pondrá el colofón  hablando de los colegas de Gestoso, un tema apasionante, habida cuenta la cantidad y la calidad de los mismos. En una conferencia anterior, don Vicente Lleó se ha referido a sus amigos, cuestión del máximo interés también, por el mismo motivo. Yo me centraré hoy en uno de sus vínculos más estrechos, el que da título a esta alocución: «Gestoso y el conde de las Navas», en el quela amistad pesó tanto como la profesión.

La presente disertación puede considerarse como la segunda parte de la que leí en esta Academia, cuando fui presentado como correspondiente por don Manuel Olivencia Ruiz, el día 16 de noviembre de 2012.

Traté en aquella ocasión sobre el conde de las Navas, mi bisabuelo, y su relación con Sevilla y los sevillanos, aludiendo a su amistad con Gestoso, que a mi juicio es decisiva, para comprender aquella conexión tan intensa y duradera.

Debo mencionar como antecedente, aunque quedara lejos aún el horizonte de su centenario, la edición facsímil que el Ateneo de Sevilla publicó en 2005 del histórico discurso necrológico escrito por don Adolfo Rodríguez Jurado, y leído durante el homenaje que le dedicaron a Gestoso las academias de Buenas Letras y Bellas Artes de Sevilla el 1 de diciembre de 1918. El texto viene precedido de una presentación de Enrique Barrero González, a la sazón presidente del Ateneo, y de un prólogo de Rogelio Reyes Cano, director por entonces de la Academia de Buenas Letras, así como de uno de los originales romances de Gestoso. El discurso de Rodríguez Jurado, junto a las semblanzas escritas a la muerte de Gestoso por Luis Montoto y el conde de las Navas, constituye una referencia bibliográfica fundamental al recordar a nuestro protagonista.

Antes de seguir adelante, permítanme que recuerde al amigo desaparecido, cuya amistad guarda íntima relación para mí con la que mantuvieron José Gestoso y el conde de las Navas. Me estoy refiriendo a don Manuel Olivencia.

Un día de marzo de 2011, don Manuel vino a mi consulta oftalmológica de Madrid. Fue un gran honor el que recibí, el primero de una larga serie. A partir de aquella relación inicial, médico-paciente, fue tejiéndose un vínculo de mutuo afecto y simpatía—de admiración profunda en mi caso―, transformado poco a poco, en franca amistad. Don Manuel, no solo me distinguió con ella, sino que la alimentó y cuidó como él sabía hacerlo, con lealtad y generosidad constantes, que yo traté de corresponder. Como fruto de tan deferente trato, un día memorable, hace algo más de cinco años, crucé el umbral de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras para sentarme a su lado, después de haber sido presentado por él con las palabras más amables y simpáticas que yo podía esperar.

Desde el primer momento, intercambiamos cartas, correos electrónicos, noticias,  regalos, publicaciones y, sobre todo, visitas. Nos reuníamos con cierta frecuencia cuando yo acudía a Sevilla. La última cita, el día 8 de noviembre del pasado año, en Casa Robles, a la que concurrimos varios amigos comunes, está aún muy viva en mi memoria.

Siempre, sin excepción, don Manuel atendió mis llamadas telefónicas o me las devolvió enseguida. Lo llamé para felicitarle la Navidad, sin conseguir hablar con él, y pensaba volver a hacerlo unos días después para felicitarlo por Año Nuevo. Sin embargo, no fue su llamada la que recibí, sino la de Rogelio Reyes, amigo de ambos y testigo permanente de nuestra amistad, que me comunicó la tristísima noticia.

Don Manuel me atrajo a este precioso recinto de las letras sevillanas y me presentó. Hoy, yo esperaba, como la primera vez, que estuviera entre nosotros para infundirme confianza y realzar con su presencia este acto, pero no ha sido posible. Sus amigos lo echaremos muchísimo de menos, aunque estamos seguros de que Dios ya lo tiene en la Gloria que reserva a los buenos, junto a su querido hijo Luis.

He de comenzar necesariamente mi intervención, refiriéndome al trabajo de doña Nuria Casquete de Prado, directora-gerente de la Institución Colombina, primera conferenciante de este ciclo, quien en la sesión inaugural abrió de par en par puertas y ventanas para la comprensión de la obra y la personalidad de Gestoso, con su conferencia del pasado día 6 de noviembre de 2017, titulada «Retrato de José Gestoso».

La impresionante tarea que viene realizando Nuria Casquete de Prado, desde hace varios años, con el propósito de rescatarla figura y la obra de Gestoso, es digna del mayor encomio. Fruto maduro de una laboriosa investigación del «Legado Gestoso», depositado en la Institución Colombina, ha sido su espléndido libro José Gestoso y Sevilla. Biografía  de una pasión, publicado por el Ayuntamiento en 2016 y presentado solemnemente al público en la Real Academia Sevillana de Bellas Artes, el lunes 3 de abril del año pasado.

Como afirma la autora, parece imposible abarcar toda la información que existe acerca de José Gestoso y menos aún condensarla en un libro. Solo con el asunto del que me ocupo esta tarde se podría escribir otro. En cualquier caso, contamos con su obra, que constituye una guía segura en todo lo concerniente a la vida de Gestoso.

La vida humana desborda a la literatura por los cuatro costados, es evidente, pero esta sirve, sino para devolver, al menos para reconstruir la existencia de quienes nos precedieron, lo que resulta particularmente interesante cuando esta representa algún ideal, alguna virtud, algún ejemplo, como sucede en grado eminente en el caso de Gestoso.

Este es uno de los propósitos de este excelente ciclo académico, dar a conocer la vida ejemplar de José Gestoso, lo que ha sido posible mediante la suma de averiguaciones, muchas veces arduas, de los participantes.

Debo subrayar también la importantísima labor cultural realizada por don Alfonso Pleguezuelo como organizador de este ciclo de conferencias y de otros actos del centenario. Mención especial, en el plano científico y bibliográfico, merece su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, pronunciado el 26 de abril de 2016, acerca de «Gestoso y la cerámica», tema en el que es autoridad indiscutible, y asimismo su artículo «El bachiller de Osuna y el licenciado de Sevilla», sobre la relación de Gestoso con el ilustre ursaonense don Francisco Rodríguez Marín, basado en la investigación del riquísimo epistolario que se guarda en la Institución Colombina, del cual don Alfonso, me consta, es uno de sus primeros y más aplicados estudiosos.

Esta colección de cartas es parte primordial del Legado Gestoso, y constituye una fuente de gran valor para el conocimiento de la vida social y cultural de la época, y también de la vida personal e íntima del Licenciado, de la que están bebiendo numerosos investigadores. Su número supera las  6000 y abarcan un período de más de 40 años. De puño y letra del conde de las Navas hay, según mis cuentas, 115, entre cartas propiamente dichas, postales y «saludas». En nuestro archivo familiar se conservan únicamente, no sabemos por qué, 9 de las que le escribió Gestoso, muestra más que suficiente, sin embargo, para certificar su íntima amistad.

Una primera observación que sorprende al investigador, es la enorme cantidad de cartas que escribieron personas tan sumamente ocupadas. Tenían tanto trabajo que un día Navas, que aprovechaba unas vacaciones para escribir un libro, a vuelta de correo le dice a Gestoso: «No hay novedades pero no puedo espantarme las moscas de la cara por falta de tiempo». Imagínense.

La aproximación a la vida personal a través de epistolarios reserva al lector particulares emociones, que en mi caso se acrecentaron por el lazo que me une al conde de las Navas. De haber vivido en el mismo siglo, mi bisabuelo y yo tendríamos igual edad, con escasos meses de diferencia. Al leer las cartas experimenté desde el principio una extraña ilusión de coetaneidad que me permitía revivir con enorme realismo, los avatares, éxitos y  fracasos,  gozos y sufrimientos de los dos amigos.

Esto es la amistad, en gran medida, «ser compañeros de penas y alegrías», como escribió Gestoso en la dedicatoria de un libro de juventud a su amigo Juan. Yo me sentí envuelto por esta sensación.

No cabe exagerar la importancia que tiene la amistad para reconstruir y comprender una vida, en cualquiera de sus aspectos. Decía el filósofo Julián Marías que, así como el amor no necesita, en principio, para realizar sede proyectos en común, sino la mutua presencia nada más, a la amistad le son imprescindibles. Debido a ello, la amistad va produciendo frutos que representan a la vez hitos biográficos.

En una carta de 1916 del conde de las Navas, le dice a su amigo:

«Queridísimo Pepe: en la vejez no todo son tristezas, desmayos y dolores: no, en ella, como en otoño, o en el invierno, cerca de un buen fuego, gozamos de la vida, que no es tan mala como proclaman los egoístas y los poetas chirles. La amistad verdadera produce flores y frutos más ricos que el amor. Y como el vino, se depura y fortalece con los años. Hace más de cuarenta que tu y yo nos tratamos, sin una nube, sin egoísmos, queriéndonos y estimándonos sin secretos».

Un sinfín de actividades compartidas, así como el cariño y la mutua admiración, formaron el caudal de su amistad. La vida de estos dos sabios amigos está llena de paralelismos y de entrecruzamientos biográficos. Los dos hicieron las mismas carreras, la de Derecho y la de arqueólogo, archivero, bibliotecario y anticuario. Los dos fueron catedráticos: Gestoso, de Teoría e Historia de las Bellas Artes; Navas, de Archivo no mía y de Paleografía Diplomática.

Además, ambos fueron académicos: Gestoso, correspondiente de las principales academias nacionales y numerario de las Reales Academias de Buenas Letras y Bellas Artes de Sevilla; Navas, académico de número de la Española, correspondiente de la de Buenas Letras, y preeminente de la Academia de Letras Humanas de Málaga, de donde era natural.

También recibieron idénticos o parecidos cargos y honores: Jefes Superiores de Administración Civil, caballeros y comendadores de la Real y Distinguida Orden de Carlos III, Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso XII, entre otras. Navas desempeñó el cargo de Mayordomo de Semana de Palacio y el de Bibliotecario Mayor de S.M., mientras que Gestoso actuó como Secretario honorífico y Gentilhombre de Cámara de S.M. con ejercicio.

En la página 231 del libro Biografía de una pasión, pueden ver ustedes una enumeración verdaderamente asombrosa de todo lo que fue Gestoso, coincidente en muchos puntos con la que cabría hacer en el caso de mi bisabuelo, lo que explica su comunidad de gustos y la cantidad de cosas que hicieron juntos.

La amistad es un complejo proceso de intercambio. Nuestros amigos intercambiaron a lo largo de su vida, no solo objetos materiales, sino innumerables informaciones que incluyen noticias de dolores físicos y enfermedades, comentarios, críticas, confidencias, escrúpulos de conciencia e inquietudes espirituales, así como las consabidas penas y alegrías, en el plano moral, y a veces  auténticos dramas personales.

Su amistad sirvió también para conectar distintos ambientes sociales, afectivos y culturales, de ambas ciudades. Debido a que Gestoso estuvo afincado siempre en Sevilla, su estrecha amistad con Navas, que como tantos amigos suyos se fue a vivir a Madrid, sirvió para articularlos. La red de amigos y colegas que se comunicaron a través de ellos, es enorme. Navas, desde su privilegiada atalaya en Madrid, actúo como eficaz enlace, especialmente con Palacio, los ambientes de la nobleza, las academias y la Universidad; Gestoso hizo lo propio con el erudito y selecto núcleo de los bibliófilos sevillanos y con las instituciones hispalenses.

La amistad comenzó en Sevilla, adonde el joven Juan Gualberto López-Valdemoro, Juanito, Juanele o Juanillón—así firmaba las cartas que dirigía a su amigo—llegó en 1876 a terminar los estudios de Derecho. Su presencia en Sevilla coincide con la restauración monárquica de Alfonso XII, circunstancia muy importante para entender su vida, que fue el tema de mi disertación de ingreso en esta Academia.

Mi bisabuelo recordó la importante relación que tuvo con Sevilla, así como el nacimiento de su vocación literaria, en el discurso que pronunció al ingresar en la Academia Española, titulado La conversación amena.

«Y dejando a los actores para tratar de los escenarios—se refiere a los de la conversación amena—, mucho podría decir a propósito de las tertulias a las que concurrí y asisto. En la de D. Juan José Bueno—erudito y castizo literato—, Director de la Biblioteca Universitaria de Sevilla, me inicié, siendo aún muy joven, en las aficiones que han constituido después el objetivo de mi vida y el empleo de todas mis actividades».      

Probablemente fue José Gestoso y Pérez, Pepe, el gran amigo de nuestro pariente, quien lo introdujo en la tertulia de Bueno, de quien era discípulo. O tal vez se conocieron en ella. En todo caso, la amistad de los dos jóvenes era ya muy estrecha a mediados de 1877, como acredita una tablita pintada al óleo por el sevillano, bello testimonio de un paseo en barco por el Guadalquivir. La dedicatoria reza: «A Juanillo su amigo Pp». Este cuadrito, que se conserva en mi familia, ha sido reproducido en el libro de Nuria Casquete de Prado y constituye una rareza artística de Gestoso, pues, que sepamos, no ha quedado otra muestra de su talento pictórico.

En diciembre de 1878, Juanillo abandona la ciudad para tomar posesión en Madrid de su primer destino. Sin embargo, Sevilla permanecería siempre viva en su corazón. Decía que se consideraba desterrado en cualquier otro lugar.   

A partir de ese momento comienza su correspondencia. Con fecha 25 de diciembre de 1878, al pie de una carta dirigida por Narciso Sentenach a sus amigos Roberto González Nandín, José Gestoso y Rafael Cebreros, desde Madrid, adonde había venido a opositar como pintor, Juanito, que se hallaba a su lado, estampa la siguiente invectiva: «Hato de bandidos y granujas». Empezaba bien la cosa.

Las cartas son a menudo divertidas. Abundan en ellas las expresiones ingeniosas. «Tengo otra vez suspendida sobre el pelo la espada de Demóstenes, que dijo Cacaseno», escribió Navas en un momento apurado. «Te hizo menos sombra que un jaramago», refiriéndose a un vicepresidente del Senado que compitió con Gestoso para un puesto.

Y suelen finalizar con algún comentario simpático: «Te abraza fuertemente tu irresistible (con las mujeres, ¿eh?) vejete que tanto te quiere», o con expresiones graciosas. Pillastrón, o Niño de Tíjola, llama el conde a Gestoso en ocasiones.

«Tú, singularmente has sido un verdadero Niño de Tíjola, de los que tomaba papilla con la pala de un horno y le mordía los dedos a la niñera.»  Un tragón, vamos.

Las primeras cartas que se conservan, tanto de uno como de otro, son del año 1886. La primera de Gestoso, del 20 de febrero, es muy interesante. Pepe, gran dibujante, le está diseñando un exlibris a Juan, se preocupa por la calidad del papel en el que escribe, le habla de la carrera de arqueología, de la cátedra que ha obtenido en Sevilla, con la que se halla en extremo complacido, y de su deseo de no abandonar nunca la ciudad, como así sucedió. Juan le contesta agradeciéndole el diseño del exlibris y le envía un ejemplar de su libro titulado La docena del fraile, una colección de cuentos, pidiéndole una crítica. Esta obra está precedida de un extenso prólogo del castizo escritor Carlos Frontaura y de unas palabras del conde de las Navas, escritas en lenguaje taurino.

Gestoso respondió a la petición de su amigo con un artículo que se publicó en La Correspondencia de España, y es buena prueba de que la crítica sincera, incluso severa, no está reñida con la amistad. Véanlo:

«Voy a terminar—dice el Licenciado, después de algunas consideraciones críticas más bien benévolas—, pero antes deja a  mi amistad que…, lo diré de una vez, te dé un consejo: quien como tú posee cualidades relevantes para ser en breve plazo aplaudido escritor, no ha menester rendir culto a ciertas modas que por desgracia están en boga; tienes bastante talento, por el contrario, para ser azote de ellas y no rendir parias a la endiablada afición taurómaca, dominante en todas las esferas, como lo fue en otros tiempos la lectura  de aquellos libros de la mentada caballería, y en vez de combatir lo que por más vueltas que se le dé, será siempre padrón de ignominia para España, entras en la corriente y escribes una carta al señor don Carlos Frontaura, que parece digna de un Lagartijo o de un Frascuelo, pero no del autor de La Niña Araceli.

En buena hora que aquellos bravos hablen de revolcones, lidia, espadas primeras y segundas, alternativas, cornadas, capotes y coletas, pero a la verdad, ¿no te parece que tan festivo lenguaje es más propio de barbianes que de literatos? Así lo entiendo, quizá llevado por mi antipatía a la fiesta nacional y, por ende, a todo lo que se relaciona con ella, tal vez como sucede a mi excelente amigo el doctor Thebussem, «porque he sacado en claro que ni las entiendo ni me hacen gracia». Deja pues, que en los circos y mataderos se emplee este tecnicismo, considéralo siempre impropio de los que estiman la nobleza y elegancia de nuestro hermoso idioma a que tu siempre has tenido plausible afición, como lo demuestras en tu libro, cuyo estilo complazco en reconocer castizo y correcto.

Ahora me resta solo suplicarte perdón por el consejillo, pero como entiendo que has de ver en él no la firmeza más o menos suave y dulce, sino el intento que me ha guiado al dártelo, no dudo que habrás de otorgarlo en gracia de la invariable amistad de tu siempre afectísimo, José Gestoso y Pérez.»

No está mal, ¿eh?. A pesar de esta severa amonestación que constituye un alegato antitaurino en toda regla, Juan Gualberto, que llegó a torear de joven, conservó de por vida su afición a la fiesta y al habla tauromáquica. Precisamente escribió sobre este tema su libro más importante, El Espectáculo más nacional, publicado en 1899, que le confirió un gran prestigio como literato e historiador y mereció el reconocimiento de la Academia de la Historia.

Juanito le contestó acusando «la filípica» y envió dos ejemplares del libro, uno para doña Salud, la madre de María Daguerre, y otro para la Colombina. Una réplica muy adecuada, sin duda.

Habían transcurrido cinco años, desde el rapapolvo taurófobo, llamémoslo así, cuando Navas envía una carta con fecha de 30 de diciembre de 1891. En ella hablaba de cuestiones literarias y bibliográficas diversas, y contaba el festejo que había celebrado a propósito de su primer aniversario de boda, que, según decía, lo dejó «machucado». Gestoso contestó el 25 de febrero diciéndole:

«Quiera el cielo que festejéis el acontecimiento por luengos y dilatados años colmados de felicidades y no de prole como a nosotros pasa, que el 26 del pasado hemos aumentado la nuestra con otra vástaga y van 4. El cuadro que esta casa ha ofrecido durante más de 15 días ha sido tremendo: la mamá en cama, las dos mayores también, una nodriza que salió huera, la recién nacida con tal hambre que no se hubiera satisfecho en las bodas de Camacho y yo entre estos fuegos que se cruzaban de todas partes. A Dios gracias ha pasado el temporal y parece que volvemos a nuestra vida normal.»

Hay una carta del 6 de junio de 1892, que considero muy oportuno citar ahora. En ella, Navas da cuenta de la comida que ofrecieron por aquellos días los bibliófilos sevillanos al célebre doctor Thebussem, un gran erudito y humorista. Don Mariano Pardo de Figueroa, el ilustre asidonense que se ocultaba bajo el pseudónimo de Thebussem, es un personaje que marca una época. Tenía muchos amigos en Sevilla y llegó a ser académico de Buenas Letras. Escribió acerca de lo divino y de lo humano, sin olvidar los estratos intermedios, y en particular fue un experto gastrónomo teórico-práctico. Pues bien, un grupo de eruditos, encabezados por Luis Montoto, ofreció a  don Mariano un banquete, cuya minuta redactó el propio Montoto y dibujó Gestoso. La lista del menú que comenzaba con una «Sopa al Doctor Thebussem, que galante le ofrece Sevilla (Si no le parece bien, se le servirá papilla)», contiene, en el apartado de postres… variados y finos, unos «Dulces a lo Gestoso y llegamos a los vinos». El banquete, del que se hizo eco la prensa, se celebró el 25 de mayo de 1892, y fue correspondido a los cinco días con una invitación de Thebussem a un «Almuerzo Bibliófilo», diseñada y escrita por él, que empezaba con «Tabla-Tortilla de Tortis y «Signaturas en adobo» y terminaba con los vinos «Incunable Xerezano y Xilográfico Malagueño».

Este año 2018 se cumple el centenario de la muerte del Dr. Thebussem, de quien mi bisabuelo fue biógrafo, como lo fue de Valera y de Gestoso. Este se carteó profusamente con Thebussem. La Institución Colombina conserva unas 300 cartas del gaditano.

Quiero recordar también al ilustre escritor sevillano, prematuramente desaparecido, Íñigo Ybarra Mencos, descendiente de don Mariano Pardo de Figueroa, quien escribió la mejor biografía publicada hasta la fecha de su antepasado, y aprovecho la ocasión para animar a la Academia a conmemorar a Thebussem en su centenario.

A lo largo de la vida, nuestros dos amigos se hicieron innumerables regalos, especialmente libros y todo tipo de impresos, como es natural en dos cultos bibliógrafos y polígrafos, interesados por un sinfín de temas; los que ellos escribieron, naturalmente, y que iban dedicados, pero también libros de otros autores, que distribuían entre sus amigos y conocidos o que regalaban a diversas bibliotecas, particularmente a la Capitular y Colombina de Sevilla y a la Biblioteca del Palacio Real de Madrid. Se intercambiaba folletos, prospectos, anuncios, papeletas bibliográficas, fotografías, autógrafos, cualquier cosa.

Gestoso regaló a Navas algunas piezas de cerámica y le enviaba bollos y dulces. Hacía también regalos a los hijos de Navas, especialmente a Bertín, su único hijo varón. A este le obsequió un anillo precioso, envuelto primorosamente, que el niño recibió emocionado, exclamando: «Este señor Gestoso adivinó que yo deseaba una sortija como esta, “con cosa antigua”», y se quedó caviloso pensando qué le diría para agradecérselo. Finalmente, le escribió dándole las gracias y despidiéndose con «un saludo al Señor de Gestoso, mi buen amigo».

Juan Gualberto pone al día a Pepe de las cosas de su hijo:

«Bertín es esta semana General en su colegio por ser el primero entre todos los chicos, sus compañeros, y ha salido a almorzar embozado en una bandera de España.»

Este patriotismo del que hizo gala Bertín desde pequeño, le costaría la vida en 1936, ya que fue asesinado vilmente en Paracuellos del Jarama.

También decía mi bisabuelo: «Bertín promete ser mi segunda edición, le gustan infinitamente más las mujeres que los libros, y parece cortado para la política o el foro, mucho jarabe de pico… de substancia un adarme.»

De su hija María, mi abuela, decía: «Maruja, a las veces gruñoncilla y propensa al aburrimiento, parece nacida para los salones, está hermosísima, no me ciega la pasión: en Todos los Santos se pondrá el moño, lo único que indica hoy que se viste de largo una muchacha… ¡Qué distinta Maruja a su hermana!»

Sin embargo, esta niña no era precisamente pusilánime. Cuando fueron a por su hermano en el 36 para matarlo, preguntaron también por su padre, a quien buscaban, sin saber que había fallecido el año anterior. Mi abuela María que había heredado la agudeza y la mordacidad de su padre, y no conocía el miedo, les dijo: «Señores, siento decepcionarles, pero mi padre decidió morirse el año pasado sin la colaboración de ustedes.» Ahí es ná.

En unos de sus viajes a Sevilla, Navas hizo buena amistad con Paz, o «Pacecita», la mayor de las hijas de Gestoso, y esta le llamaba «buen mozo», cosa que regocijaba mucho al conde.  Cuando se casaron las hijas de Gestoso, los Navas les hicieron  regalos de boda y las visitaban cuando se instalaron en Madrid y empezaron a nacer los nietos de María y Pepe.

Sus mujeres, María Daguerre y María Manuela Fesser, que se habían hecho amigas, se agasajaban igualmente.

Gestoso y Navas también colaboraron en proyectos como el de la revista El Centenario, aventura editorial malograda de don Juan Valera en la que Navas actuó como director a petición de Valera cuando este fue destinado a Viena como embajador y que tantos disgustos les costó. A requerimiento de mi bisabuelo Gestoso acudió presto en auxilio de la revista enviando varios artículos.

En sus cartas también hablaban, por ejemplo, de gallinas, ya que Navas mostró un gran interés, no solo bibliográfico, por la gallinicultura. Así dirigió una explotación industrial, El gallo de plata, y reunió una biblioteca sobre avicultura que llegó a ser la más importante de Europa.

El 28 de marzo de 1893,el conde de las Navas fue nombrado por la Reina Regente María Cristina, Bibliotecario Mayor de la biblioteca particular de Alfonso XIII, el puesto más importante que tuvo y que determinó por completo su vida profesional. No en vano, la de bibliógrafo fue, quizá, su principal ocupación.

No faltó la felicitación de Gestoso desde Sevilla por el triunfo de su amigo, y, fechada el día de Jueves Santo, llegó una carta en verso…

 

 “Señor Conde de las Navas

Carísimo amigo y dueño:

…A la Señora Condesa,

A cuyo noble desvelo,

He debido la alegría

Que rebosa por mi cuerpo,

Al saber la grata nueva

Del tan justo nombramiento

Con que la Señora y Reina

De virtudes claro ejemplo

Justa ha querido premiar

Los grandes merecimientos

Que ganasteis en la liza

Del trabajo y el talento, etc., etc.”

 

… a la que respondió Navas con otra en la que le decía:

 

             De La Granja, á diez y siete

               Del mes en que el sol abrasa;

              Al Licenciado Gestoso,

               de las artes prez y gala,

               Aquestas líneas dirige

                 El cómite de las Navas.

                  A la vista, amigo y dueño,

               Tengo la pulida carta

                 Que su merced me escribió

                 Al saber la nueva fausta

                 Del ascenso que la Reina

                     Me otorgó siempre magnánima, etc., etc.

 

Termina la carta con «Una buena noticia: Menéndez y Pelayo díjome, días antes de salir yo de la Corte, que eras el primer arqueólogo de España y no conocía quien pudiera darte lecciones de historia de las artes bellas. Y yo me puse tan ancho que temía estallar como un globo.»

Este es un buen momento para recordar que la admiración mutua fue un elemento fundamental y característico de esta gran amistad. Una admiración sin reservas, que Navas expresó numerosas veces, en público y en privado.

«Asombra verdaderamente—le escribe en una ocasión—tu patriótica labor, que es de las que quedan, como tu nombre quedará ya para siempre repetido con respeto cuando de Sevilla se hable, y poco ancho que yo me pongo diciendo ¡¡es mi íntimo!!

En otra ocasión, le diría que lo menciona en sus clases de la Universidad «con muchos motivos y orgullo».

Unos días antes de fallecer Gestoso, Navas escribe a María Daguerre, su mujer, haciéndole un extenso comentario sobre la última gran obra de Gestoso, su biografía de Valdés Leal.

«En sus impaciencias y justas tenacidades, fajando con los notarios y persiguiendo la libertad y aprovechamiento de los Archivos de Protocolos. Honrado y justo cuando investiga, modesto en el triunfo, exacto y contundente en la exposición de los hechos. Descubridor incansable de obras artísticas y de documentos históricos. Defendiendo siempre aquellas y bravo, caballeroso de otros tiempos, cuando se desborda su indignación y siente náuseas enfrente de la política de los vividores… y sigue: y sea Pepe uno de los pocos que con singular acierto se complazca y nos deleite reparando injusticias como las de Navarro Ledesma y realizando con pluma de oro noble crítica positiva… de la que desentierra, restaura, abrillanta, enseña, recrea y conduce a la admiración, al amor y al santo mantenimiento de esta noble y desgraciada España.……»

Y después en la semblanza biográfica que publicó al año de la muerte de Gestoso, diría:

«Era El Licenciado, de los hombres que España necesita para colaborar con su rey en el robustecimiento de la Patria Grande, alimentándola con el regionalismo sano.»

Y citando a María Daguerre, su mujer:

«El amor a su patria, a España primero y luego, sobre todo, a Sevilla, “fue tan grande en su corazón que no cedió a ningún otro”.»

Las enfermedades ocupan un buen espacio en la correspondencia. Ya en una carta del 21 de marzo de 1892, el conde de las Navas habla a Gestoso, entre otras cosas, de un ataque de gota que ha sufrido. Las vacaciones, los viajes, los balnearios muchas veces, donde sobre todo Navas se recuperaba de sus achaques, eran temas habituales en sus cartas.

Mi bisabuelo gozó siempre de lo que popularmente se conoce como una mala salud de hierro. Desde muy joven adolecía de gota y reuma articular, y padeció del corazón y del tiroides. En cierta ocasión, estuvo desahuciado debido a un grave trastorno infeccioso. Tuvo asimismo un grave accidente de tráfico, y fue intervenido quirúrgicamente varias veces. Gestoso, por su parte, padeció durante más 25 años una dispepsia que le hizo sufrir mucho.

Las dolencias de ambos, dieron lugar a muchos comentarios de Navas: «Tengo las piernas como dos pellejos de aceite llenos.», «Me acometen sin previo aviso unos calambres en la rodilla derecha que no parece sino que voy a parir por ella un elefante. Como Melitón González pone días pasados en boca del protagonista de un cuentecillo: yo también tengo dos amigos íntimos, los libros y la morfina.» «Peso 111 kg con 500 g, como un cerdo en Navidades.» «Aquilino—se trata de su amigo común Aquilino de Celis—con sus piernas como macarrones cocidos y yo con el pie derecho como el de un hipopótamo.»

En una ocasión, Navas experimentó un raro padecimiento, que una vez resuelto, dio lugar a una broma de Gestoso.

Con fecha de 20 de marzo de 1895, este emitió desde Sevilla un curioso certificado dirigido al conde de las Navas firmado por un grupo de amigos. En el anverso, bajo el dibujo esquemático de una tenia o solitaria tocada de corona condal y metida dentro de un frasco de vidrio, figuraba la siguiente leyenda:

«Caso maravilloso, suceso memorable, portentosa aparición de la más monstruosa fiera, que alojada cuarenta años ha en la abdominal región y entre el laberinto de las estomacales vísceras de un maltrecho bibliotecario, dejó al cabo aquellas concavidades para salir a la luz del sol dando grandes asuntos a los discípulos de Avicena. Dalo a luz en Sevilla un amigo del paciente para aprovechamiento de enfermos desahuciados.»

En el reverso, hay una sola frase: «Ya que apareció la solitaria, ¿aparecerá también la vergüenza?»

La respuesta de Navas consistió en enviar a sus amigos, desde Madrid, un mazapán en forma de serpiente.

Gestoso, que era muy aficionado a las bromas, hizo objeto de su humor en numerosas ocasiones a su amigo. También lo era el conde. Ambos fueron humoristas, cada uno a su manera. Gestoso, para lucir su ingenio y distraerse, bromeaba con la palabra y con el lápiz y produjo un buen número de romances históricos y burlescos que quedaron inéditos. Uno de ellos, el titulado El Horóscopo, obra en nuestro archivo. Está fechado en 1896, dedicado al conde de las Navas. Precedido de un bello dibujo caballeresco, glosa la reciente afición de su amigo por los velocípedos, y el accidente que tuvo. Comienza así:

 

 “Cabalgando va el buen conde

El buen conde de las Navas,

En su palafrén ruano

Que en Mequinez se criara”

 

Y termina diciendo:

 

 “Assi dixo D. Clarife

Al buen conde de las Navas

Que callado y pensativo

Y con la cabeza baja,

Juró para sus adentros

Dejarse de cavalgadas

En veloces bicicletas

E infernales maquinarias.”

                       

Por su parte, el conde de las Navas recopiló, contó yescribió  durante toda su vida, cuentos y chascarrillos, algunos de color un tanto verdoso.

Con motivo de la publicación, en 1895,de una colección de ellos que se tituló La decena, Gestoso trasladó por carta a su amigo la impresión que le había producido, poniendo de manifiesto ciertas diferencias en la forma de entender el sentido del humor:

«Nada te digo de los chascarrillos, primero porque no soy aficionado al género, segundo porque desdicen de la seriedad de todo un bibliotecario mayor de S.M. que sabe hacer cosas de más alto relieve. Bien sé que al público agradan estos pasatiempos, pero los que como tú tienen otra alteza de pensamientos, no deben ni aún siquiera, parar mientes en esas fruslerías buenas para… te lo diré aunque me riñas… para almanaques. Vengan pues todos los cuentos que quieras, que quien como tú sabe hacerlos merece plácemes por ellos y allá se queden los chistes para los Felipe Pérez y otros de su jaez.»

El conde de las Navas desoyó el consejo también esta vez y siguió escribiéndolos; su propensión al chiste, que elevó a categoría de género literario, era invencible. Con el paso de los años, la actitud adversa de Gestoso con respecto a las conflictivas cuestiones de los toros y los chascarrillos se fue suavizando un poco. Tanto que Navas se atrevió a escribirle lo siguiente en 1911:

«Créeme: así como los toreros son, de acuerdo con todos los principios de la estética y de la filosofía, artistas de cuerpo entero; así la fiesta nacional es lo único (con el Monte de Piedad y la Casa de Socorro) bien administrado en España: modelo en fin, digno de imitar en conjunto.»

Y se atrevía también a enviarle los cuentos y chistes escatológicos de su curiosa «biblioteca amarilla y verde», que Pepe comentaba divertido:

«También ha llegado a mis manos el cuento eolio Un pároli, con su muy graciosa Portería de corte thebussiano. En cuanto a mi señora doña Robustiana y a su pito, bastante me hicieron reír, causándome no poca envidia, pues mis molestiasdispépticas desaparecerían, teniendo flojos los muelles.»

Como es natural se mantenían informados e intercambiaban noticias de actualidad sobre personas e instituciones: conocidos eruditos, como Menéndez Pelayo o Menéndez Pidal; profesores y catedráticos, como Sánchez Moguel; políticos como Moret, Maura, Canalejas o Romanones, hasta el rey Alfonso XIII; los amigos, por supuesto; el Congreso de los diputados, el Palacio Real, la Universidad o el Ateneo, no escapan a la mordacidad del conde de las Navas.

En una ocasión en que Gestoso andaba en tratos con un famoso político y marqués, Navas le advierte: «Para tu gobierno te prevengo de que el marqués es roña de sacristía, más falso que una mula de alquiler, etc., etc.». ¡Telita!

Los asuntos familiares ocupan mucho espacio en la correspondencia: la vida cotidiana, el crecimiento y los estudios de los hijos, los novios y las bodas de las hijas de Gestoso, los viajes, los accidentes o incidentes, como un robo en el tren a la mujer e hija mayor de Navas, las penas y las alegrías, los triunfos y fracasos, especialmente la muerte de los seres queridos.

El fallecimiento de su hija mayor, Trinidad, la preferida de sus hijos, afligió especialmente a mi bisabuelo. Mientras está enferma, escribe a su amigo:

«Me pesa la pluma entre los dedos como si fuera una palanqueta. Trini tiene el tifus. Lleva hoy 21 días de tremenda fiebre; yo estoy hecho una aljofifa; llorar y rezar; rezar y llorar. Mi mujer es heroica y me anima. Dios sobre todo. ¿Qué será de mí si se me quiebran esas dos alas del corazón? 19 años sin haberse asomado a la vida, pasados en un colegio. Cuando se acababa de hacer cargo de la casa. Pregunta a Salud, con quien simpatizó de golpe, lo que era la chiquilla: era, porque espanta la lividez, sus huesos, la voz quebrada. Dios te libre, Pp, de beber las hieles que yo estoy apurando. Vengo a la Biblioteca para emborracharme y tomar aliento para las noches que son tremendas.»

 Y cuando acaba de fallecer:

«Querido Pp: después de esto, ¿qué me quedará ahora por sufrir en este mundo? Se me antoja que he sido dichoso durante 57 años y no me he acordado de ninguna pena antes del día 3 de este mes. Hoy he liquidado sus ahorritos en el Monte de Piedad; allí fui depositando, en la cartilla de Trini, desde que nació, las pesetillas que yo me ganaba con la literatura. ¿Quién había de decirme que se emplearían en sufragio por el alma de aquella que fue luz de mis ojos, hoy turbios de tanto llorar?»

Con motivo de su aniversario de boda, pocos meses después:

«Estuvimos en San Sebastián celebrando la bodas de plata, oxidada por el recuerdo de Trini. ¿¡Por qué Señor, los dos que quedan, juntos no llenan la mitad del tremendo vacío que en mi triste existencia dejó Trini¡? Lo que me consuela extraordinariamente es lo mucho que se quieren los dos hermanos; parece que no pueden vivir el uno sin la otra; ella sin él. Me aterra perderlos y hago para no quererlos tanto como a Trini.»

Navas y su familia pasan en Sevilla las Navidades de 1915:

«¡¡Es mucho esa Sevilla y mucho vuestro afecto!! Estamos como angelotes caídos del 7.º cielo.» , confiesa.

La amistad no decayó nunca; solo se vio interrumpida por el fallecimiento de Gestoso. A su muerte, el conde de las Navas escribió un estudio biográfico del amigo, titulado El Licenciado Gestoso, en el que  con pocos y seguros rasgos, traza su atractiva y polifacética personalidad.

La semblanza comienza contando la historia de una broma, que podríamos llamar arqueológica, en la que ambos participaron, y sirve al conde de las Navas para definir la vocación de su amigo:

«Tengo para mí que la causa determinante de aquella célebre diablura, retrata a Gestoso—muy joven aún—, esclavo ya de la pasión de su vida entera: ¡“Sevilla y el arte, todo por ellos”; más de cuarenta años trabajando en la realización de este ideal!»

Para terminar, recordaré que en el homenaje que las academias sevillanas de Buenas Letras y Bellas Artes dedicaron a la memoria de Gestoso en 1918, el conde de las Navas vino de Madrid con la representación del rey Alfonso XIII. Hoy, casi cien años después, aquí me hallo, como por arte de magia, representando a mi bisabuelo y tributando homenaje a su gran amigo, el inimitable José Gestoso y Pérez, precisamente en esta Casa, que siglo arriba, siglo abajo, nos acogió a los tres. No salgo de mi asombro.

 

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