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Steve Vai y John McLaughlin en Madrid

Llegan a mediados de este julio que comienza dos guitarristas con dos propuestas estilísticas tan distintas que llevándolas al extremo, de alguna manera, cierran un círculo y son capaces de encontrarse. Vai y McLaughlin son dos virtuosos, sin lugar a dudas, con una concepción mística de la música. Se da la casualidad de que los vi por primera vez en concierto en el lejanísimo 93; al primero en la legendaria sala Canciller, un día frío de invierno en el que recordó a su mentor Frank Zappa, ya muy enfermo y que moriría cuatro días después. Contó ese primer encuentro cuando consiguió su teléfono y con todo el desparpajo de los dieciocho años le hizo una llamada. Zappa le dio un listado de temas y lo emplazó al ensayo del día siguiente. Qué decir que Vai se pasó toda la noche en vela preparándolos para nada pues el maestro, cuando llegó el momento, decidió que no tocarían ninguno de ellos.

Más de veinte años después regresa el americano a Madrid recordándonos ese Passion and Warfare de portada luminosa con el que trascendió al gran público fuera del circuito de guitarristas o de heavies consiguiendo que todos quisiéramos una de esas Ibanez de siete cuerdas que el usaba. Busco el vinilo, que comienza con Liberty: un tema épico con guiño Beethoviano, tras el cual entra ya a trabajar con levaduras de técnica extraterrestre y arranques del todo explosivos. En este disco esta esa punta de lanza de todos sus conciertos que es For the Love of God: un tema que comienza lento y explotando la vena melódica y que en directo va subiendo con un desenlace trepidante. Resulta tremendo ver a Vai haciéndolo todo tan fácil y estético de manos como si fuese un ballet de dedos sobre el mástil.

Mi primer concierto de McLaughlin fue en Santiago de Compostela, acompañado de los Free Spirits –nombre revelador. Un formato trío que se completaba con un jovencísimo Joey de Francesco a las teclas del Hammond y con Dennis Chambers a las baquetas. Recuerdo haber hablado brevemente con él y pedirle una púa. Él, con una media sonrisa, me dijo que me la cambiaba por una mía. La sorpresa fue que los dos nos sacamos del bolsillo una fea y gris Dunlop de nylon.

El inglés es otro curioso incandescente, en el que se fijó Miles Davis para su In a silent way del 69, y eso lo demuestran sus distintos proyectos como ese supergrupo que fue la Mahavisnu Orchestra, su proyecto «indio» con los Shakti, sus discos y conciertos con Paco de Lucía –hablaban maravillas uno de otro- y Al di Meola –no tanto…-,  sus combos varios o actualmente con The 4th Dimension, siempre explorando, siempre buscándole esa vuelta de tuerca tan propia de la creatividad sin zarandajas. El gran concierto oculto, por ajeno a la comercialidad, pero imprescindible.

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