Hay hijos de puta e hijos de puta que son de los nuestros. Frase contundente que define la política exterior de los Estados Unidos y del resto de Estados frente a las buenas palabras cargadas de ética de retrete que nos venden, abismo de por medio respecto a la realidad, los Gobiernos.
En Libia, la revuelta derivó en revolución, la revolución en guerra civil y ésta en carnicería cruenta con el visto bueno de occidente, que lo máximo que ha hecho hasta ahora es cancelar los acuerdos comerciales de venta de armas con Gadafi a pesar del fastidio que supone hacerlo en época de crisis. El Régimen ha "perdido legitimidad", explica Trinidad Jiménez desde el Ministerio de Exteriores. Legitimidad es un eufemismo imaginativo para petróleo. La realpolitik apesta.
Pasada la marea de los cambios por Túnez y Egipto, en Libia se acabó el factor sorpresa, aunque eso no sea del todo importante. La verdadera clave de un éxito pacifico está en manos del ejercito. Siempre el ejercito, y el de Gadafi -que no de Libia- es débil pues nunca se fió de los militares, pero con buen armamento y mercenarios bien pagados todo se arregla para cargarse a quienes salen a pecho descubierto con el cuchillo oxidado y la rabia fresca dispuestos a morir cuando deberían hacerlo de viejos, con los ojos quemados de otear horizontes ybebiendo de la lenta menta -ad libitum sobre un verso de Pedro Larrea.