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Carta de un taxista sin puntos

Jorge Bustos

Querida Ana: No me dejes cena, no llegaré a casa a dormir. A cambio, tendré ocasión de probar un menú del día en el calabozo. Estoy detenido, pero no te preocupes, creo que saldré pronto. En teoría debería agitarme y aullar desgarrado contra la injusticia, pero mi estado de perplejidad es tan poderoso que sólo me permite ensimismarme en la pared de la celda y tratar de cerrar la mandíbula, la cual me cuelga ahora en ademán inequívocamente oligofrénico.

Iba yo en el taxi, como cada tarde, buscando a algún pasajero que me diera lo justo para la merienda. Hacía la ronda por una calle bastante poco concurrida cuando un guardia se materializó a cien metros del coche y me hizo señas de que parara. Me inquieté pensando si habría advertido el cambio de sentido que acababa de realizar, sin duda poco ortodoxo pero exento de peligro en tan desierta urbanización. Llegué hasta él, paré y se acercó por mi lado. Tenía la ventanilla bajada. Se esforzaba visiblemente por construir un gesto de pertinente amenaza que sin embargo no terminaba de recubrir el de fastidioso aburrimiento. Me hizo ver que llevaba las luces de cruce encendidas, y me disculpé alegando que acaba de salir de un túnel y me había olvidado de quitarlas. Su mirada tenía la virtud de lograr que yo mismo empezara a sospechar de mi inocencia. Entonces reparó en el cigarro que humeaba entre mis dedos. Miré el cigarro medio consumido, miré al guardia, me puse nervioso y tiré el cigarro por la ventanilla. Apenas un segundo después, mi móvil, que reposaba sobre el asiento vacío del copiloto, comenzó a informar alegremente de una llamada entrante a través de la gamberra letrilla de un conocido himno anarquista que mi amigo Paco me había instalado en el aparato con ánimo jocoso e inofensivo. Al parecer el guardia no compartía en absoluto los gustos musicales de mi amigo Paco, ni tampoco su concepción de lo lúdico, y me preguntó si consideraba que por ser taxista gozaba de algún tipo de prerrogativa especial en lo tocante al código sancionador recientemente implantado. Debo añadir que no se expresó literalmente en estos términos, sino en otros notablemente más abruptos cuyo sentido en todo caso creo haber reproducido con fidelidad. Traté de quitar hierro con una última intervención fatal: "Bueno, bueno, no es para tanto, agente".

Un segundo guardia emergió de la espalda del primero y entre ambos me persuadieron para que saliera del coche, entregara mi documentación e hiciera el favor de deponer mi actitud remisa, propia al parecer de un ‘chulo gilipollas’. Acto seguido, sentado ya en el asiento trasero del coche patrulla, fui conducido a las instalaciones escasamente confortables que actualmente me retienen. Se me ha comunicado que, a pesar de mis 22 años de carné sin un solo incidente, he sido desposeído de cualquier género de licencia para conducir cualquier tipo de vehículo o cosa móvil, así sea un patinete. Me han hablado de no sé qué cursos que -me temo- no contribuirán tanto a mi reeducación vial como al optimismo financiero de la DGT. Tengo un saldo de menos cinco puntos, lo que se me antoja un desafío matemático de primer orden, entre otras evocaciones de índole más irritante. La ironía de la vida quiso que, de camino hacia aquí, a través del parabrisas del coche patrulla distinguiera la siguiente recomendación paternal luciendo cariñosamente en un panel electrónico de la autovía: "No pierda puntos, por favor". Y la cena sigue sin llegar.

Tu esposo, que alucina a saco,
Cristóbal

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