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El debate del debate

Toda campaña que se precie gira en torno a un debate. Un debate que a su vez genera debate, creándose así el debate del debate.

En pasadas campañas electorales hemos visto de todo. Cualquier formato es válido para intentar atraer la atención del espectador, del futuro votante. Desde los típicos cara a cara entre los dos principales aspirantes a obtener la presidencia del gobierno, pasando por oros entre los que participan son supuestos ministrables de un área concreta. En la mente de todos esta aquel debate entre Solbes y Manuel Pizarro donde el primero negó la existencia de una crisis económica incipiente que para el segundo era algo más que evidente. El segundo tenía razón y quizá por ello fue invitado a dejar la política de una forma más o menos sibilina. El primero se mostró como un gran incompetente, pero su saber estar y seguridad delante de las cámaras le refrendaron como ministro de economía, aunque más tarde se alejó de las políticas económicas de Rodríguez Zapatero o eso pareció.

Otro modelo de debate se asemeja más a tertulias donde los participantes de casi todos los grupos políticos con opciones de obtener representación soltaban sus soflamas correspondientes y a otra cosa mariposa. Aburrían incluso a los ya de por si aburridos, aburrían a los muertos.

La última modalidad es el conocido como debate a cuatro. Aquí los participantes son los cuatro candidatos de los principales partidos políticos. En esta ocasión, el clásico  cara a cara no era posible. Parece claro cuál será el partido más votado, que no el ganador, pues según nuestro sistema electoral, aquí gana quien puede llegar a acuerdos para poder gobernar, no quien más votos reciba. El partido más votado, según todos los indicios seria el Partido Popular, pero el segundo con más opciones no está del todo definido. El codiciado 2º puesto esta entre el comunistas transversal reconvertido en socialdemócrata, Pablo Iglesias y el socialista Pedro Sánchez, con lo cual y con buen criterio no será posible un cara a cara entre dos aspirantes.

El denominador común de todo debate  de nuestra ya larga tradición de debates electorales es el de ser tremendamente aburridos, con tiempos tasados y bloques determinados, nada se deja a la improvisación, a la iniciativa de los candidatos, desde los temas seleccionados, el moderador elegido, el escenario, las televisiones emisoras, hasta llegar a los participantes. Son la legión de asesores los que hablan, los candidatos son muñecos manejados por la sabia mano del ventrílocuo.

Otra forma de debate muy extendida en los últimos tiempos nos viene en forma de participación en programas televisivos en horario “prime time”. Aquí se trata de humanizar al candidato, de acercárnoslo y mostrarnos su cara más amable, más personal, su rostro más desconocido. Es una nueva estrategia para vendernos el producto. Aprendemos sus gustos culinarios, sus costumbres sexuales, sus vicios y aficiones. Al final todo candidato que se precie, debe prestarse a esta pachanga.

Dudo mucho de que los debates en general sirvan para algo más que para escuchar las propuestas que ya conocemos y que siempre tendrán una buena excusa para no ponerlas en práctica.

Lo que nos venden como nuevo resulta rancio y casposo. Hasta los debates son ya poco imaginativos y muy previsibles, solo destinados para consumo interno de un público entregado con su candidato ya convencido, o para un medio de comunicación “amigo” siempre dispuesto a alabar las mediocres virtudes del “jefe”. Que nadie espere nada nuevo de un debate en el que tan poco han deseado ahorrarnos nada, en este caso, el ahorrarnos el suplicio de estar al día siguiente comentando un “coñazo” de debate donde todo está decidido de antemano.

Javier García Isac / Una Hora en Libertad

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