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El Socialismo acartonado

Termina un agosto mendicante de café en el que me he ido arrastrando de antro en antro buscando esa complicidad necesaria para poder resucitar cada mañana entre periódicos, las pocas ganas de hablar que derivan en gruñido y donde la camarera ya me va preparando el brebaje cuando me ve llegar a lo lejos desde la ventana. Ha sido tarea imposible y por suerte llega septiembre para olvidarme de mis orfandades mañaneras y volver a mi bar de la esquina. Me da la sensación de que todo en este mes se ha movido entre esa búsqueda y un bucle de prensa: las Olimpiadas, el «no» de Pedro Sánchez y el burkini.

Rajoy tiene callo en los gemelos para las cosas del andar a su ritmo y sigue fiel al dicho de don Camilo: “El que resiste, gana.” Rivera pretende ser bisagra ya sea por la derecha o por la izquierda. Está en su papel de manera activa. Eso es de agradecer, así como la purga de corruptos que propone desde el minuto cero; corruptos con nombre y apellidos, claro está, porque si entramos en lo genérico de los partidos tradicionales habría que cerrar el chiringuito.

Podemos quiere tumbar al PP. Está también en su papel y nadie le puede pedir ni siquiera una abstención ante una investidura de Rajoy. En este punto llegamos a Pedro Sánchez que es el que está haciendo el ridículo escandalosamente; y nadie le niega el papelón que tiene su partido: las cosas de vender durante años peras aquí y sandías allá; las cosas de llamarse socialistas -acartonados- y no ser ya de izquierdas. Que sea la trianera un referente del partido es el detalle que lo define todo. Dónde quedan los políticos de Estado.

Es absurdo ese axioma democrático que se saca de la manga el presidente en funciones de que tiene que gobernar la lista más votada, pues siempre estará más cercano a la esencia democrática cualquier consenso de un segundo y un tercero que adelanten a un primero medio autista. Pero igual de absurdo es el «no» de Sánchez, incapaz de conseguir ese pacto. No debe apoyar a Rajoy pero sí debe abstenerse y permitir un gobierno, aunque el gallego no se lo merezca como dicen sus jarrones chinos, aunque sea dinamitando su propio partido que, a fin de cuentas, necesita un meneo antológico para dejar de ser trampantojo y refundarse.

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