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¿Empresaurios o empresarios?

Un buen amigo mío, alto cargo de la patronal madrileña, me comentó el otro día que le preocupaba mucho la imagen que estábamos dando los empresarios ante los ciudadanos madrileños. “Nos ven como empresaurios y no como empresarios”, aseguraba éste. Además añadía con buen criterio, que se había extendido la opinión de que los representantes empresariales sólo miraban por su propio beneficio y que para ello no dudaban en aliarse o incluso dejarse someter por las administraciones públicas para perpetuarse en sus privilegios. Pero la pregunta surge de inmediato: ¿qué privilegios? ¿Todos los empresarios gozan de los mismos privilegios, o mejor aún, todos los empresarios aspiran a tener los mismos privilegios?

No desearía ponerme estupendo al afirmar que actualmente el perfil del representante empresarial ha cambiado algo tirando a bastante, aunque bien es cierto que existen determinados individuos que ostentan cargos de relevancia o aspiran a ellos, que pretenden perpetuar unos modos ineficaces de gestionar la realidad empresarial actual: cambiante, permeable, flexible y cada vez más independiente del poder político.

Y qué decir tiene de aquellos capaces de defender una cosa y su contraria, poseedores de la llave maestra capaz de abrir cualquier cerradura. Los hemos visto cambiar su postura con la misma facilidad con que nos cambiamos de zapatos, dejando atribulados y desconcertados a un buen número de empresarios que desearían que aquéllos que les representan en las instituciones demostraran algo más de coherencia y sentido común.

El inolvidable Albert Camus establecía las cuatro principales características que debía de tener todo buen intelectual (considero que la actividad empresarial es sinónimo de actividad intelectual): lucidez, desobediencia, ironía y obstinación. Yo añadiría otra: vocación. Cada uno ha de conformar su propio porcentaje de todas ellas. Hoy, aquéllos que nos honramos por representar a un gran número de empresarios y que podemos liderarlos ante las organizaciones económicas, políticas y sociales, debemos de tener muy claro que nos van a exigir valentía y decisión, coherencia y sinceridad, autonomía y rectitud.

Si convertimos estas palabras en blasones de comportamiento podrán hasta perdonarnos si nos equivocamos. Lo que nunca harán ya es confiar en nosotros si procedemos con cautelas interesadas y con posiciones ambiguas a la hora de gestionar los intereses de nuestros representados. Ha llegado la hora de decidir el tipo de partido que queremos jugar. Estamos todavía a tiempo de subvertir la opinión que la ciudadanía –muchos empresarios entre ella- tiene de nuestras estructuras empresariales. Señoras y señores: hay partido.

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