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Eso quiero creer…

Recibo en mi correo una serie de enlaces con noticias referentes a que los jugadores de la Selección Española de Fútbol se llevan las primas en crudo, vamos, libres de impuestos. No entiendo que pueda ser motivo de cabreo, pues eso no significa que no se tribute por ese dinero, sino que se negocia un líquido y asume la otra parte el pago a la caja pública. Eso quiero creer…

A mí lo que realmente me parece impresentable es que después de la pasta que se llevan los jugadores en sus equipos se les pague por representar a España en la Eurocopa y todavía peor que haya premio extra por ganar; como si se pudiera plantear el jugar si no es para ganar, que entonces ya sería de traca, o de amaño en liga italiana. No creo tampoco que sea culpa de los futbolistas en su mayor parte. No dejan de ser ganado de lujo, tele-dirigido como todos nosotros aunque no tengamos su sueldo. Aún así, imagino que el dinero lo donarán a alguna buena causa como ha hecho José Tomás con el que ha recibido por su último premio. Eso quiero creer pues eso sí depende de ellos.

Siempre nos han vendido lo de la ética del deporte y algunos aún creemos en ello. Equiparar a los seleccionados (dejo aparte su trabajo/negocio respecto al club que los ficha) con las putas –todo mi respeto para ellas-; me parecería romper otra frontera de idealismo, quizá la última. ¡Coño, qué no es amor! Sería compararlos con ese abogado que me lleva un pleito y le importo un bledo; y que si quiere ganar no es por mí sino porque perder es publicidad negativa para él y eso repercute en sus tarifas. Es como si yo cobrara por ir a la boda de mi hermano teniendo en cuenta que gasto días de mis vacaciones para acudir, sumándole un extra si además pretenden que me implique en pasármelo bien.

Pero bueno, también quería creer en el anunciado déficit cero de las autonomías hasta que se rasca un casi nada y el resultado viene dado por los anticipos del Estado: seguimos con el pan para hoy y hambre para mañana. Y también quería creer que Rato renunciaría a la docena de kilos de indemnización por estar enchufado cuatro días en Bankia, ese Frankenstein. No hablo de moral -algo en lo que no creo-, sino de ética, de honor, de poder mirar a los ojos a las generaciones que están naciendo sin la máscara de la hipocresía.

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