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Islam y terrorismo, la tesis y la antítesis

La gran mayoría de los observadores e implicados de una forma u otra en el desarrollo de la realidad política internacional están asistiendo, incluso participando, en uno de los debates más complejo, interesantes y confusos a escala mundial. El debate relacionado con la conexión directa o indirecta del islam, como ideología, con el terrorismo regional e internacional. Nadie está ajeno a este misterioso debate, debido a que de un modo u otro buena parte de la sociedad internacional se ve afectada por actos de terror llevados a cabo bajo los eslóganes del Islam. Estamos asistiendo, gracias a directo de los medios de comunicación a un espectáculo de horror sin paragón en la historia contemporánea.

Pese a los enormes y rechazables daños laterales causados en diferentes partes del mundo, la realidad, como así lo indican las cifras, que los principales perjudicados de la barbaría terrorista de los radicales es el musulmán mismo y el prestigio de su doctrina divina. Es él quien paga las consecuencias de la radicalización de quienes, falsa y equivocadamente, presumen de ser los representantes más genuinos del Islam. Ambos, Islam y musulmán están, como consecuencia del fanatismo de unos cuantos, en el punto de mira, por no decir en la dina del otro. Todos disparan por todos lados, tanto dentro del ámbito musulmán como fuera del mismo.

La complejidad del debate relacionado con el terrorismo-islam-musulmán se nutre, como se puede notar, de la implicación dañina y manipuladora de diferentes actores políticos y religiosos, así como de las distintas lecturas que se da de los principios islámicos, y por ende, de las múltiples conclusiones que sacan algunas personas o grupos radicales afines para legitimar sus atrocidades en el nombre del Islam. Sin duda, de una interpretación errónea, o correcta, de las enseñanzas de la tercera y gran religión monoteísta, por parte de los seguidores de esta confesión y otros ajenos, da cauce a la consideración del Islam, como credo de paz y misericordia o de fanatismo y terror. No obstante y para ajustarse a la pura realidad, cabe insistir en que apenas unos cuantos están identificados con el extremísimo y los más extremistas. Mientras que la mayoría absoluta, siguiendo una lógica numérica, son fieles seguidores de la línea más tolerante y pacíficas del pensamiento y de la práctica islámica.

Disipar la línea que separa las características negativas de las positivas, es decir las que permiten estimar al islam como religión de paz y concordia, tal como denota su nombre, o como religión de fanatismo y terror, como dan a entender los actos de los radicales, es una de las tareas intelectuales y espirituales muy fascinante, máximo teniendo en cuenta que la contemplación de esta religión, digan o hagan lo que hagan los más extremistas, permite descubrir la verdadera y auténtica dimisión del Islam. Sobre todo en relativo a la vida humano en lo más acá y lo más allá. En ambos sentidos, esto hay que decirlo, el Islam da respuestas muy sagaces, que ninguna otra religión, desde la perspectiva comparativa, ha dado. 

Entrar en la profundidad del Islam, en el sentido místico y fervoroso lleva a un mundo de misterio. Además de hechicero y embaucador. Para quienes conocen la historia de las religiones, y en concreto las monoteístas, son conscientes de que ésta religión es además bastante selecta y sugestiva. Incluso, en muchos aspectos perturbadora, sobre todo en lo relativo al misión y el valor del ser humano. Así como con el tema de la muerte y el sacrificio por una causa noble, humana o divina. También se sabe que es una religión globalizadora, en el sentido que define y proyecta cada uno de los aspectos esenciales de la vida del musulmán y su relación con el resto de los humanos. En este sentido se puede decir que el Islam es más que una simple ideológica. Es una forma de estar, pensar, actuar y recompensar. Una religión muy exigente y que no admite en absoluto rivalidad alguna. Dentro del Islam solo se permite pensar y actuar fuera de los dogmas divinos revelados y pronunciados por el Profeta.

Ahora bien, estos dogmas son tan extensos y profundos, además de lógicos, desde el punto de vista musulmán, y muy pragmáticas. Para cualquier desconocedor de los entresijos y finalidades de las mismas, le con llevan a una radicalización ciega basada en la más absoluta ignorancia de las verdades finalidades de las mismas y del Islam en su totalidad. Cuanto se interpreta lo divino o profético sin tener conocimiento real y extenso de los dogmas, tanto quien interpreta, nos referimos aquí en concreto al tipo más radical, como las conclusiones obtenidas, pulverizan la plena lógica de la racionalidad y el realismo que subyacen en cada uno de los valores y objetivos islámicos. Ante la ausencia del oportuno y adecuado conocimiento, se erige el fanatismo y la violencia como modo de confirmación e intento de imponer la supremacía radical dentro del marco islámico primero y fuera del mismo segundo.

Además, la religión islámica pierde su verdadera y coherente dimensión cuando se convierte en un instrumento de politización, y por ende de confrontación, entre los diferentes sectores de la sociedad y en su relación con el exterior no musulmán. Es en este preciso momento es cuando el Islam infunde aún más enorme confusión entre mucha gente, empezando por los propios musulmanes. Pero también entre las personas faltas de conocimiento preciso de los verdaderos recónditos de ésta religión. Esta situación, a menudo, produce descalificaciones y criterios erróneos sobre el musulmán y su fe divina. En todo caso, quienes buscan, interpretan e intenta legitimar sus atrocidades políticas sobre bases y visiones divinas, son los únicos responsables de la difamación que padece el Islam, ya que además son ellos los que dan píe a los radicales de un lado u otro en su tarea de extorsionar dicha religión. Una tergiversación daña de esta religión produce, sin lugar a duda, efectos muy negativos que alcanzan a todos.

Ahora bien, lo más imprescindible en este preciso momento es distinguir entre Islam como religión, completa y sublime, y la actitud de unos grupos concretos que actúan impulsados por una éxtasis perjudicial tanto para su salud física y mental como, y eso lo peor, para la propia sociedad y el credo que presumen defender. En l
a mayoría de los casos, ésta sociedad es ajena, condena y rechaza las actitudes más radicales y repugnantes esgrimidas en el nombre de su doctrina. Desgraciadamente, la voz de esta sociedad, y en concreto de los sectores más pacíficos e integradores, apenas se oye debido al enorme ruido que produce la violencia estallada  en los lugares más concurridos de cualquier ciudad del mundo.

Para la mayoría de los musulmanes, la barbaría cometida en el nombre de su Islam es injustificable e inaceptable. Máximo al haber padecido más que nadie de sus consecuencias. Debido a esto, son los más discordes con las acciones inhumanas de los más radicales, llevadas a cabo incluso en mezquitas, escuelas y mercados. Para el musulmán, la barbaría radical es lo más contrario a la tesis islámica, cuyo núcleo básico es la convivencia en paz y armonía. Toda actitud contraria se considera como la antítesis al espíritu pacífico y tolerante del Islam.

Ahora bien, y pese a la condena total de los diferentes sectores de las sociedades islámicas, muchos de los actos salvajes de terrorismo deben, por desgracia y sin justificarlos, ser analizados y situarlos en un contexto histórico concreto. Nos referimos al contexto de la miseria, desilusión y de tiranía socio-política que llevan viviendo muchos fieles al Islam. Sin analizar este contexto, además de buscar respuestas positivas a los factores determinantes de las crisis que padecen las sociedades árabe-islámicas, no se puede comprender el fanatismo de algunos cuantos jóvenes musulmanes ni darlo por finalizado.

De un análisis lógico y sosegado, deben emanar soluciones factibles a adecuados a la mayoría de las crisis imperantes. Estas crisis, como las vistas en siria, Irak, Afganistán, Palestina, Yemen, Somalia, Sudán…etc. son el mejor caldo de cultivo donde se alimentan y flora el radicalismo. A esto hay que añadir la falta de perspectivas de futuro, la repugnante tiranía de los regímenes gobernantes en el Mundo Árabe-Islámico, y sus élite, especialmente militares y económicos, además la ofensiva y la abusiva e interesada política occidental, basada en el egoísmo más absoluta, en la arrogancia y negación de trazar líneas de reconciliaciones y de aproximación que sirvan para salvar a las sociedades y saldar las fracturas históricas, económicas y políticas persistentes entre ambos lados, el árabe-musulmán y el Occidental. Sin duda, todo esto es lo que alimento, con otros factores que hemos ido mencionando, el espíritu de los radicales.

 La historia ha dado muestras que cuando las sociedades islámicas están ajenas a las sacudidas internas y externas, los radicales no tienen cabida alguna en su seno. En su lugar florece siempre la paz social, la tolerancia intercomunitaria e inter confesional, el progreso colectivo y la civilización.

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