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La empresa que compraba almas

El que más o el que menos ha comprado algo por internet, y ha visto que le salía una parrafada inmensa, con un montón de cláusulas, seguida de la siguiente frase: “He leído y acepto las condiciones del contrato”. Lo normal sería que leyéramos con pelos y señales todas las frases, y aceptarlas si efectivamente está todo en orden. Pero en la vida moderna todo se hace rápido, tenemos muchas cosas que hacer, existen muchos clásicos literarios que leer en lugar de cláusulas marcianas, y en fin, el caso es que al final damos rápidamente nuestra conformidad y fin de la historia.

Pero claro, podemos haber firmado cualquier cosa. Igual hemos aceptado que el vendedor puede echarnos de nuestra casa y apropiarse de nuestro salón para ver la tele siempre que quiera. O algo peor, como ha ocurrido en el caso de 7.500 clientes de la web de una compañía de videojuegos británica.

La compañía introdujo entre los términos y condiciones de compra una cláusula que les da derecho a reclamar el alma de los compradores:

“Al enviar una orden de compra por la web el primer día del cuarto mes del año 2010, Anno Domini, estás de acuerdo en concedernos la opción no transferible de reclamar, por ahora y para siempre, tu alma inmortal. Si deseamos ejercer esta opción, permitirás rendir tu alma inmortal y cualquier reclamación que puedas tener sobre ella en un plazo de cinco días laborales tras recibir la notificación escrita de nuestra empresa o uno de sus secuaces debidamente autorizados”, decía el texto que aceptaban los usuarios.

Y todo a cambio de una porquería de videojuego. O sea, digo yo que puestos a vender el alma de uno, es mejor pedir a cambio la inmortalidad, por poner un ejemplo. A Fausto le dieron juventud, sabiduría y hasta poderes mágicos por su alma, pero se ve que eran otros tiempos. Se ve que ahora, por culpa de la inflación esto ya no es lo que era.

Por suerte para los 7.500 incautos que vendieron su alma a cambio del "Super Mario Bros", no se va a presentar Mefistófeles en su domicilio para cobrarse la deuda, sino que todo se trataba de una obra del April Fool’s Day, el Día de los Inocentes británico. Eso sí, este asunto ha confirmado una cosa que ya intuíamos: nadie lee los “términos y condiciones del contrato”. Para poder leer esta columna de El DISTRITO, voy a poner que haya que aceptar un montón de cláusulas, para ver si consigo que mis lectores estén obligados a mandarme un jamón. Si cuela, cuela.

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