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Los cerdos urbanos

Hace unas semanas me dispuse a otear la actualidad para dar con el tema adecuado para este artículo. Varios surgieron con fuerza: la última encuesta del CIS y la Casa Real, la tan manida y maltrecha economía, las huelgas y manifestaciones previas a la aprobación de la nueva Ley educativa, etc.

Andaba en esas cuando me atacaron los cerdos urbanos. Contra la mierda la pluma, me dije. Los ataques se produjeron casi en simultáneo y a plena luz del día, rápidos, furibundos, sin posibilidad de defensa alguna. Los cerdos tomaban la calle.

Dice el Diccionario de la RAE que la forma silvestre del cerdo es el jabalí, o que se llama puerco al hombre sucio, grosero o ruin. Los cerdos marinos son las marsopas. No sé qué palabra es la que mejor define a estos personajes: cerdos, puercos, jabalíes, marsopas. Como son de ciudad quizá lo mejor sea simplemente llamarles cerdos urbanos.

Los ataques fueron dos. El primero junto a los contenedores de basura fijos que un Ayuntamiento tiene instalados en las calles del municipio. Me dispuse a echar la bolsa de basura orgánica en el recipiente destinado a este tipo de residuos. Estaba estropeado, pero a treinta metros hay otro contenedor en perfecto estado. El problema fue cuando al regreso contemplo cómo un cerdo urbano deja sin rubor en plena calle un bolsón putrefacto de basura porque no funciona el aparato. Ni siquiera pasó por su mente moverse unos metros para depositarlo en su lugar. Lógicamente, hay que situar el sucedido a primera hora de la mañana, cuando se veía venir un día de calor tremendo: justo lo que la basura necesita para fermentar y oler… hasta que la noche siguiente vengan los empleados municipales para limpiar lo que otro deja por vagancia en plena calle.

El segundo fue tremendo. Un perrazo se caga en plena calle, en pleno carril bici para ser exactos, junto al paso de peatones, la mierda es acorde al tamaño del can. El cerdo urbano que hace de dueño ni se inmuta. Si viene un niño en su bici y se la lleva por delante no importa, la clave es que no me quiero agachar a recoger la caca de mi perro. Me recordó de inmediato a la escena del día anterior cuando un desconocido se abalanzó sobre mí en plena calle, ¿amor?, ¿odio?, ¿confusión? No. Había pisado una mierda de perro y no pudo parar, se la llevó puesta en la suela. U otra de hace semanas, cuando paseando con una amiga pareció de repente que huía de mí, ¿dije algo inapropiado? No. Había pisado una mierda de perro y no pudo parar. Menos mal que no llevaba sandalias. Los cerdos urbanos acechan por doquier.

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