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Maestro Wong Kar Wai

Pablo de Santiago

El cineasta Wong Kar Wai había puesto el listón muy alto hace tres años con su díptico Deseando amar y 2046. Ahora, en su primera producción norteamericana, en lo referente al rodaje y al reparto artístico, ha creado una película extraordinaria. Sin paliativos. Como siempre, Kar Wai vuelve a hablarnos de amor: de su insaciable búsqueda, de las dificultades para retenerlo, del dolor de la pérdida, de su recuerdo… Romanticismo en estado puro.

El guión narra tres historias que se articulan en torno a un personaje principal: Elizabeth. Ésta, una joven veinteañera, llega desolada una noche a una cafetería de Nueva York. Su novio la ha abandonado por otra mujer, y ella lleva consigo las llaves de un piso al que ya no está invitada… La chica regresará otras noches al local, y allí el dueño, Jeremy, le hará compañía y le contará que hay muchas otras llaves extraviadas allí, cada una con su pequeña historia de amor… Al fin, para salir de su tristeza, Elizabeth se lanza a un viaje en solitario por Estados Unidos, un itinerario sin destino fijo que acabará llevándola hasta Memphis (Tennessee) y Las Vegas (Nevada). Y en esos lugares conocerá a hombres y mujeres que sufren, ríen y viven sus propias historias de amor y buscan, como todos, la felicidad.

Es reconfortante que la mirada de Wong Kar Wai siga siendo la de un joven cuando habla del amor, la de un joven experimentado eso sí, nada pueril, pero también la de un hombre lleno de esperanza y sin pizca de cinismo, la de alguien que aún cree de verdad que el corazón de las personas está hecho para amar, para darse y para recibir amor, por muy mezquinos que sean los sentimientos que podamos albergar. Hay una ternura grandiosa cuando el cineasta habla de sus personajes, comprende sus anhelos y así los quiere, y después logra el milagro de que el espectador sienta exactamente lo mismo por ellos. Y esta vez, en la mirada de Kar Wai hay menos amargura que otras veces y sí un amplio panorama lleno de esperanza. Gran parte del mérito final de esta peculiar road movie está en el fantástico reparto. Sorprende increíblemente el debut de la cantante Norah Jones, que interpreta admirablemente a la bondadosa y tierna protagonista. Pero todos están perfectos, con atención especial para la pareja formada por David Strathairn y Rachel Weisz, y una embaucadora Natalie Portman que sorprende con un rol muy poco usual.

Pero Kar Wai sigue fiel a su mirada y a esas constantes antes mencionadas: el recuerdo amoroso -”vine para recordar lo que sentí entonces”-, el paso del tiempo, externo e interno… Se permite incluso el capricho de introducir un par de veces los acordes de “Yumeji’s Theme”, la música compuesta por Shigeru Umebayashi e inmortalizada en Deseando amar. También demuestra el cineasta oriental, autor de todos sus guiones, que sigue siendo un consumado escritor. “Esto sabe verdaderamente horrible, ¿pero acaso la gente bebe por el sabor? Ponme otra”, dice un atormentado personaje tras tomar de un trago una copa de vodka. ¡Y cómo le gusta jugar a las palabras, a su significado oculto! Ya sólo el título es un buen ejemplo, entre otros muchos.

Capítulo aparte merece la belleza estética de la película. Muy pocas veces se puede encontrar en una pantalla de cine una colección de imágenes tan expresivas, tan luminosas, tan perfectas. Wong Kar Wai hace magia con ellas y transforma los sentimientos en colores, con esos tonos rojos tan absorbentes, que convierten muchos de los encuadres en postales de un preciosismo fabuloso.

 

 

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