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Muerte en la valla

Víctor Vázquez

Espeluznantes fotos silenciosas las que ha sacado a la luz La Razón. Joven marea negra asesinada en la valla de Ceuta, enganchados como pájaros heridos de engaño. Añagaza nuestra, de los civilizados -ase-sinos civilizados-, que damos el caramelo de la esclavitud camuflada de pan. Muertos a tiros por querer entrar en la Europa-invernadero de los privilegios conseguida a costa de haber dilapidado durante siglos al resto del mundo. Y es que para que la totalidad de la humanidad viva como nosotros es necesario esquilmar el equivalente a seis o siete planetas como éste al que tenemos ya en punto de no retorno.

África nos comerá por mantener como cretinos una hambruna que nos llena los bolsillos y unas enfermedades vergonzantes para los ciudadanos alterados por la gripe aviar. Nos quejamos de la llegada de inmigrantes cuando moralmente no deberíamos ni poder mirarlos a los ojos; pues la suya es una marcha coherente, pacífica y con todo el derecho del mundo a pesar de leyes y fronteras que digan lo contrario.

Que Europa va a reventar como sistema si no se controla la inmigración, también es verdad, pero es algo que hemos forzado nosotros mismos. Somos los únicos culpables. Aquí es donde se tiene que demostrar la esencia de la Unión Europea, que ha desarrollado vivamente lo económico, mucho la burocracia, no tanto lo político, por aquello de mantener los ranchitos de poder, y poco lo social, donde la finalidad oculta es la seguridad con unos mínimos que consigan que las clases bajas mantengan dormida la rebeldía que da la desesperación.

Es hora de crear no sólo una política común de inmigración, cosa que se terminará haciendo por miedo, sino de hacerlo de manera decente y abandonando las viejas costumbres de foso y castillo; a fin de cuentas, nuestras tripas indecentes ya no entran en las armaduras y hemos sido nosotros, los civilizados occidentales, los que hemos inventado esa falacia de la globalización que nos venden como acceso a la pluralidad y resulta ser la colonización global de un modo de vida -que no cultura- aparente y sin sustancia que ahora se nos da la vuelta.

La salida de futuro no pasa por cerrar a cal y canto fronteras, mucho menos fusilarlos en las mismas, idea que le escuché en una ocasión a Jaime Campmany, no se si por hacerse el gracioso o el macho con unos rancios fascistas que le sonreían con dientes podridos en la cafetería de un hotel de lujo de Madrid. El matiz, decía, era dejar alguno vivo para que pudiera regresar y relatar a sus compadres como nos las gastamos por aquí, quitándoles las ganas de venir a la brava. Ante mis miradas y engañados por mi cara de monaguillo marista al que imaginaban con camisa azul mahón bajo hábitos, el mas bajo y retorcido me preguntó, con ese paternalismo de cacique tan típico, por mi opinión, que fue la de resucitar a sus madres para que, por lo menos, el que escapara les echara un polvo y les diera un hermano. ¡Qué manera de correr!

 

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