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Otra vez rumbo hacia América

Después de 1492 y a lo largo de todo el siglo XVI se produjo una fuerte emigración de españoles hacia el continente americano. Cientos de personas dejaron la “piel de toro” –y otros países europeos- para asentarse en aquellas tierras y explotar las grandes oportunidades que se ofrecían. Desde entonces hasta hoy, más de quinientos años, se cuentan por cientos de miles los descendientes de aquellos primeros colonizadores; basta con leer nombres y apellidos de los americanos para confirmar la fuerte influencia española en tradiciones, costumbres, cultura y valores, desde el sur de los Estados Unidos, pasando por México y Centroamérica, hasta el extremo de Chile y Argentina: Martínez, López, González, Méndez, Morán, Ayala, Torres, Ramírez, Gómez, Aguirre, Escobar, Barrera, etcétera, etcétera. Algo parecido ocurrió con la llegada de ingleses e irlandeses a la costa Este de los hoy Estados Unidos de América.

Las guerras europeas del siglo XX supusieron otra gran oleada de españoles y europeos hacia tierras americanas: la situación económica pintaba en bastos y muchos eligieron emigrar para vivir. En el caso de España también se dio mucha emigración hacia la Alemania que renacía después del desastre nazi. Hoy día es fácil encontrar en América casas regionales que crearon los que salieron expulsados por las contiendas bélicas en recuerdo de lo que dejaban atrás. Y no es raro que hijos o nietos de esos emigrantes, hoy americanos al cien por cien, posean su pasaporte español y cuenten con orgullo que su papá o su mamá nacieron en la Madre Patria.

Quizá hoy nos encontremos en un momento en el que se puede producir otra oleada más de personas que salen en busca de un futuro mejor en el continente hermano. Hay circunstancias que podrían promover un nuevo salto del charco más o menos masivo: la estabilidad y crecimiento económico –en mayor o menor medida- de los países hispanoamericanos y Brasil; la identidad cultural e idiomática, que facilita enormemente el intercambio de conocimiento; la facilidad del arraigo entre personas de culturas semejantes; la necesidad americana del conocimiento técnico y humanístico de profesionales españoles, etcétera.

Hace falta que quienes emigren se adapten a las mentalidades particulares de los pueblos que se van a encontrar, y también a su realidad económica. No es posible un cambio sin cierto acomodo personal: hay que rebajar expectativas de lucro, de buena vida, y hay que borrar la mentalidad conquistadora del querer dar lecciones constantemente, hay que querer aprender.

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