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Pacifismo

Jorge Bustos

Si en una misión de paz mueren seis soldados, ¿cuántos soldados pueden morir en una misión de guerra? Dejemos que sea la lógica implacable de Pepiño -"El PSOE ha ganado las elecciones si descontamos Madrid”- la que concluya el silogismo. ¿Y cuántos soldados españoles murieron en las misiones de guerra de Aznar? Aquí no tengo el dato, pero quién quiere datos cuando tenemos pegatinas prendidas de actores, nostalgia de Joan Baez contra Vietnam y un ansia infinita de paz fundada en severos prontuarios de politología estilo Imagine all the people. Constatar, por ejemplo, que en estos momentos España tiene más contingentes militares destacados en zonas de conflicto que en toda su historia reciente, es un dato; ¿y quién quiere datos cuando podemos sentirnos hippies otra vez, nosotros que vemos a Jagger convertido en Sir, que vivimos en la sociedad del aire acondicionado y nuestro máximo mohín de contracultura estriba en no pagar el ticket de la hora? En los últimos tres años han muerto 26 soldados españoles en acciones hostiles, pero ninguno de ellos ha merecido la apoteosis icónica de José Couso. Es sabido que la credencial de pacifista pop la otorga una efigie impresa en una camiseta, como la tiene Couso; la milicia española, en cambio, simboliza la anacrónica beligerancia de una nación extinta. ¿Se imaginan a Bardem -uno cualquiera- con un pin de las Fuerzas Armadas en el sepelio de los militares repatriados? Quiá: estos días sólo lo sacará de casa la pedida de subvenciones a despecho de la Ley del Cine. Y con toda razón; no por nada sirvieron con Rodríguez  en la campaña pacifista de 2004.

Ian McEwan, un novelista británico nada que ver con Maruja Torres, explicó en una entrevista de hace tiempo por qué no se sumaba al linchamiento de los intelectuales contra Blair por lo de Irak: “Yo sería pacifista si todo el mundo fuera pacifista”. Como diciendo, ¿quién querría ejércitos si la yihad se declarara contra los parquímetros y no contra los ingleses? Ah, la paz. ¡Qué levante la mano el que no deplore las minas antipersona, los misiles equívocos, los niños-soldado y los muñones palpitantes! Ojalá pudiéramos pegarnos sólo a base de artículos de prensa, pero para esto hace falta Ilustración, que allá está por estrenar. Bien es cierto que nuestros militares acampaban en una base llamada Cervantes, quien se apreciaba más por militar que por escritor. Sí, Cervantes fue soldado, incluso -¡cáspita!- probablemente mataría a algunos moros a bordo de su galeón cristiano. La cara de Cervantes, por lo tanto, no debe figurar, nimbada por claroscuros y perilla guerrillera, en camiseta ninguna.

Por decirlo todo, el ministro Alonso ha estado diligente, valiente y claro en su comunicación, no así su jefe Rodríguez, que no entiende por qué hay nenes malos que no profesan el amor misericordioso y la alianza de civilizaciones. Y así va el hombre, improvisando desde 2004, con el título de Derecho en una mano y el libreto de Lennon en la otra, esperando que la sociedad le diga cuál es la próxima moda que habrá de dictar cada una de sus decisiones, mientras intenta el imposible de presidir España sin nombrarla. Pacifista y sin patria, para Rodríguez un soldado español tiene que ser una cosa inexplicable, un arcano, una figura retórica, útil sólo cuando se retira.

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