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La persona en un laberinto de mundos

Aún no hemos sabido organizar un mundo para todos. Sería bueno pensar en reorganizar el desarrollo humano para que toda persona pueda ser protagonista de su dicha, reajustando el desarrollo social para que nadie quede excluido de una mínima calidad de vida, fortaleciendo las capacidades en las poblaciones más vulnerables, y aprovechando los recursos y potencialidades de todos los pueblos. Será imposible avanzar si continuamos haciendo las cosas como siempre se han hecho, y que han generado divisiones entre países desarrollados, en desarrollo, subdesarrollados, de segundo, tercer y cuarto mundo. Cuando el mundo es único y único es el ser humano. Su talento tiene que ser capaz de poner justicia y orden en un desarrollo socialmente solidario. Las gentes que malviven en la pobreza tienen igual dignidad que las que viven en las veinte economías más grandes del mundo; la dignidad es un derecho que todos nos merecemos. Muy a menudo, quienes viven en la miseria pueden conocer mejor cómo superar las situaciones difíciles. Pero no se les escucha y tampoco son convocados a reuniones de alto poderío donde todos nos jugamos mucho.

Tenemos un laberinto de mundos enzarzados en lenguajes egoístas que no conducen a buen puerto. El planeta no puede dividirse únicamente por economías avanzadas. Toda persona debe tener derecho a desarrollar sus facultades humanas. Por ello, para que fructifique un ético desarrollo en la tierra, hace falta priorizar todo lo concerniente al ser humano, tener voluntad política de hacerlo y forjar alianzas verdaderas entre todos los ciudadanos del universo. No puede haber recuperación y tampoco nuevos comienzos en el mundo, mientras persistan los muros crueles de la indiferencia frente a inmoralidades manifiestas: la de aquella población que vive en condición de desprotección o riesgo social en áreas pertenecientes al primer mundo. La de aquellos sectores del tercer mundo con gran atraso económico-social, como el analfabetismo, el hambre, las carencias hospitalarias, las viviendas, o simplemente una escasa expectativa de vida. La de aquellos países subdesarrollados cada día con más índice de desempleo, de corrupción, y de dictadores que monopolizan el poder.

Es hora de que todos pongamos el oído. El planeta no puede caminar alocadamente, a diversas velocidades, sin orden ni concierto, hay una economía mundial que exige un liderazgo mundial del que carecemos. Es el momento de pasar de las buenas intenciones a los hechos. Por otra parte, tampoco podemos liderar lo que no se ha mundializado, por eso es tan importante capacitar a los países más pobres para que ocupen su lugar como verdaderos interlocutores en las actividades económicas internacionales y en la vida internacional. El mundo debe crecer más interiormente, de persona a persona, la única fuerza de la que han de depender las finanzas y la economía. Con el crecimiento económico por sí mismo, no se sale de una crisis como la actual,   debe integrarse con otros valores, de modo que debe ser un crecimiento humano y, por consiguiente, respetuoso con todos, también con la naturaleza. Asimismo, frente a tantos mercados cerrados hay que abrir mercados libres y las economías deben desburocratizarse para humanizarse más, sólo así seremos capaces de incorporar a toda persona y a todas las personas. No olvidemos que la empresa es una sociedad de capitales, pero sobre todo una sociedad de capital humano ha proteger.
 
 
 
 
Ciertamente la actual crisis debe obligarnos a cambiar de camino y a tomar otro paso más de conjunto. A mi juicio, no lo han hecho los aventajados líderes del G-20 que han encarado más cómo salir de "su" crisis financiera, que de la crisis del planeta en su globalidad. Por ejemplo, para nada se centró en los objetivos del milenio. Sería genial que las recetas se globalizasen para que no pierda la persona, ninguna persona, se encuentre donde se encuentre. Por desgracia, todavía pensamos más en lo nuestro, en lo próximo, a pesar de que las distancias ya no existan y la globalización sea algo tan real como la vida misma. La colaboración de todos es fundamental para propiciar nuevas fuentes de crecimiento y las regulaciones financieras deberán coordinarse igualmente a escala internacional. Ya lo dijo el economista Stuart Mil "no existe una mejor prueba del progreso de una civilización que la del progreso de la cooperación". Y en la misma línea, otro sociólogo, Simmel, apuntó que "la socialización sólo se presenta cuando la coexistencia aislada de los individuos adopta formas determinantes de cooperación y
colaboración que caen bajo el concepto general de la acción recíproca".

En cualquier caso, insisto, por encima de las economías hay que volver a las personas, que son las que en verdad hacen el mundo. ¿Habrá crisis mayor que no ser capaces de erradicar la pobreza extrema y el hambre, o que ser incapaces de lograr empleo pleno y productivo, y trabajo decente para todos, incluyendo mujeres y jóvenes? En este laberinto de mundos hace tiempo que los sentimientos humanos yacen aletargados en el mundanal desorden. A pesar de que hemos aprendido mucho, pero lo hemos aprendido sin reflexionar, que es la ocupación más inútil del ser humano, dejando a un lado cuestiones innatas del corazón, la única llave maestra que enciende claridades para salir de tanto cruce de caminos interesados.
 

 

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