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Seductores a la francesa

Pablo de Santiago

Próximamente se estrenará en los cines una comedia romántica de esas que te reconcilian con cine. Con el cine de buen gusto, original, grato, fresco. La película en cuestión se llama Los seductores, y sin ser la octava maravilla del mundo merece la pena pasar un rato disfrutándola. Cuenta la historia de Alex Lippi, un joven francés, de modales exquisitos, aire cool y mucho cuento: lo que se llama un seductor. Sin embargo, no es un seductor al uso, sino que se dedica profesionalmente a cautivar mujeres con su encanto. Ese trabajo suena a chusco y sucio, pero no es tan burda la cosa… En realidad, Alex, su hermana Mélanie y el marido de ésta, Marc, es decir su cuñado, conforman una surrealista ‘empresa’ que se dedica a buscar la felicidad de la gente de modo un tanto peculiar. En concreto, son expertos en romper compromisos entre hombres y mujeres que, de contraer matrimonio, estarían abocados a la infelicidad. Al menos a priori, claro. Los tipos son unos hachas y son capaces de cualquier estrategia para conseguir sus propósitos, aunque el núcleo de la acción es siempre la capacidad de Alex para seducir a la mujer de turno, de modo que ésta se convenza de que no le conviene casarse con su prometido. Por otra parte, esta rara empresa funciona de modo bastante limpio, con unas reglas estrictas: en primer lugar, si hay amor sincero entre la pareja, no se interponen por mucho dinero que les pague su cliente, y en segundo lugar, nunca, nunca, puede Alex enamorarse de su ‘objetivo’. Así las cosas, un día reciben el encargo de un hombre poderoso que desea separar a su hija Juliette de su novio inglés Jonathan. La dificultad estriba en que sólo hay un margen de diez días para lograrlo, pues la boda es inminente. Y por si esto fuera poco, Alex se da cuenta rápidamente de que Juliette y Jonathan son una pareja perfecta…

Ya sólo el planteamiento de la historia resulta gracioso y es de prever que dé lugar a situaciones embarazosas y divertidas, como así ocurre. Y aunque podrían verse paralelismos con otras películas americanas como Las seductoras, lo cierto es que hay mucha menos similitud de la aparente, ya que en el caso francés las intenciones que se buscan son, en el fondo (y dentro de la más pura ficción), algo bueno, y por eso mismo los medios que utilizan y todos los resortes que genera la trama resultan simpáticos. En realidad, y para seguir con las comparaciones, podría tratarse de la película Hitch, pero al revés: aquí en lugar de unir parejas se trata de separarlas… por su propia felicidad.
El guión acumula, con gran ritmo e inteligencia, momentos divertidos, tiernos y románticos, sin resultar tópicos (y eso que arriesga mucho con las alusiones explícitas a Dirty Dancing), y las escenas estrictamente humorísticas son muy numerosas. Por otra parte, aunque hay algunas cesiones al desenfreno más frívolo, Chaumeil sabe mantenerse entre ciertos límites y en conjunto pergeña una comedia romántica de hechuras muy clásicas, que podría haber interpretado el mismísimo Cary Grant. Por supuesto, Romain Duris (Las aventuras amorosas del joven Molière) no le llega ni a la suela de los zapatos al astro del hoyuelo, pero eso no quita que haga un formidable trabajo, al igual que sus compañeros de empresa, un matrimonio que pone la salsa de la comicidad y el amor más encantadores. Y hay que aplaudir el protagonismo femenino de Vanessa Paradis (La chica del puente), una actriz bastante magnética pero que no se prodiga demasiado en las pantallas. Casi es más conocida por ser la mujer de Johnny Depp, que por sus trabajos en el cine y en el mundo de la música. No se la pierdan.

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