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Un año que todos perdemos

Termina 2017 con un balance sin duda negativo. Escribo esto justo el día en que se celebran las elecciones autonómicas catalanas, pero sea cual sea el resultado, no cabe duda que no se va a poder arreglar todo lo estropeado durante los meses previos.

No ha sido un buen año, al menos como país. El separatismo catalán ha ido mucho más allá de lo que cualquiera podía imaginar, y en un acto estrambótico pero lleno de consecuencias de todo tipo, han llegado incluso a declarar la independencia respecto de España. Muy grave y con importantes secuelas de cara al futuro  y en muchos ámbitos, de los cuales el económico es de los más afectados.

Entre las cosas que más me preocupan está que en Cataluña ahora mismo hay casi un 50% de ciudadanos que quiere la separación. Pero además que la reclama con una virulencia tremenda, lo que ha producido una fractura social con dramáticas consecuencias en todos los espacios comunes. Hasta hace muy poco el porcentaje de independentistas era mucho menor y, más trascendente, suponían esa independencia como un logro de futuro, un objetivo en el que se podía pensar, pero por el que no se reclamaban más que pequeños pasos. En este último año les han hecho creer que no, que es viable conseguir una Cataluña independiente en un plazo muy breve. Y se lo han creído, vaya que sí. No solo eso. Han llegado a planear y escenificar esa ruptura. Con un diseño que roza el ridículo, con ese planteamiento de “las deudas pá ti, las propiedades pá mí”, absurdo y sin ningún tipo de aceptación ni por la comunidad internacional ni por las empresas. Pero lo han hecho. Lo peor es que a pesar de lo irracional de la puesta en escena, muchos han tragado, y se lo siguen tragando. Mal comienzo.

Y lo peor es que Cataluña se dirige a una situación ingobernable. Va a ser muy difícil que una parte acepte lo que la otra proponga, sea esta la parte que sea, y sea lo que sea lo que se proponga. Tengo claro que hay y debe haber sanciones para los culpables. Pero también de algún modo se tienen que establecer los puentes para poder seguir viviendo a partir de esta crisis existencial. Tendremos que comprender que no es posible vivir cuando la mitad de Cataluña odia a la otra mitad, y al resto de España, y el resto de España tiene ese enfrentamiento enconado con Cataluña. Y que no se engañen: una independencia no solucionaría, sino que agravaría aún más esa fractura entre familias, entre amigos, entre compañeros, que se ha creado.

No tengo las respuestas, pero la pregunta me quita el sueño.

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