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Un canelón llamado caballo

Iba a empezar a escribir mi artículo de opinión para El Distrito de este mes cuando me he dado cuenta de que ignoro por completo las noticias que nos ha deparado la actualidad estos días.

Confieso que con la que está cayendo, ya había estado a punto de dejar de hacer caso a los medios de comunicación. Primero por las desesperantes noticias económicas, pues un día la cosa iba mal y al otro aún peor, así que casi necesitaba acudir al psiquiatra tras ver el telediario. Ytambién por la cantidad de informaciones sobre sinvergüenzas variados que están expoliando los fondos públicos, y encima se debate constantemente qué partido tiene más de estos impresentables en sus filas, cuando la triste realidad es que en todas partes cuecen habas. ¡Encima de que la economía va mal nos roban!
Pero lo que me ha impulsado definitivamente a apagar la televisión y utilizar internet sólo para vídeos de gatitos y caídas tontas ha sido el escándalo alimentario que se ha desatado en Europa porque nos daban caballo por ternera. ¡Tanto jaleo que montó Ricardo III cuando ofrecía su reino por un caballo, y resulta que sólo tenía que comprar unos canelones en el supermercado!

Mi problema –no sé si le ocurrirá a más gente también– es que cada día se descubren más productos que no son lo que debieran, por lo que prefiero no enterarme jamás de que me he zampado a un nieto del legendario Babieca. Ojos que no leen periódicos, corazón que no siente. Seguro que como porquerías peores, pero si la información es poder, el desconocimiento, a veces, trae la felicidad.

Soy consciente de que se trata de una paranoia psicológica. O sea, yo sé que hay gente que se echa al coleto para cenar un buen bocata de jamelgo, que tiene más calidad que otras carnes que nos zampamos por ahí y que hasta resulta bastante sana. Lo han comido desde pequeños y les gusta, como yo devoro otras cosas que a otras personas les pueden chocar, por ejemplo los caracoles y los entresijos. Pero así funciona el cerebro humano, a mí me da grima, miré usted, imaginarme que en la sopa me voy a encontrar una herradura, me espanta la idea de probar el jaco, y me vienen a la mente constantemente equinos con nombre. ¿Quién se comería a un animal que se llama Bucéfalo, Sombra Gris, Artax o Mi pequeño pony?
Al menos, a partir de ahora ya no tendré que prestar atención extrema a las etiquetas de los productos, como me aconsejaba mi madre, porque, ¿para qué? ¡Si luego el producto contiene sorpresas!

En fin, todo es una cuestión de costumbres y de que nos han timado (una vez más). Pero existe algo que me llama poderosamente la atención. Después de que saltaran las alarmas en Irlanda, la OCU analizó las hamburguesas de diferentes cadenas de supermercados españoles. Según sus conclusiones, las carnes estudiadas contenían antioxidantes, colorantes, potenciadores del sabor, grandes cantidades de sulfitos (lo que me parece una burrada) y aparte de todo esto algunas también tenían un poco de carne de caballo. ¡Lo peor no es el caballo! ¡Casi es lo más sano! A este paso vamos a tener que transportar a nuestras propias vacas, como en el Salvaje Oeste.

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juanluissanchez.blogspot.com

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