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WhatsApp, qué gran herramienta de incomunicación

19.000 millones de dólares (se dice pronto) ha desembolsado Mark Zuckerberg para comprar WhatsApp. Si no puedes vencer a tu enemigo, cómpralo, parece haberse dicho a sí mismo el inventor de Facebook. En fin, algo tendrá esta herramienta cuando todo el mundo la lleva en su smartphone.

Tras leer la noticia, acudo a una cita con una amiga, que se quejaba de que hace mucho que no me ve. Pues bien, ahí estoy, todo para ella. Nos sentamos en la mesa de un restaurante que tiene buena pinta y en cuanto me va a decir algo, suena una especie de silbido. Por lo visto, alguien le ha mandado un mensajito vía whatsApp.

 

Mientras espero a que responda, me da tiempo a pedirle al camarero la comida. Cuando me sirven el primer plato, ella sigue tecleando. Pregunto si va todo bien, pero ni siquiera me responde.

 

Un rato después por fin me mira. Tras hacer una foto del local, para compartirla en redes sociales, me dice que resulta complicado verme, pregunta si ando liado últimamente… Yo os aseguro que iba a contestar, pero entonces suenan más silbidos y vuelta a fijar la vista en el móvil. Me descubro hablando sólo de mis problemas mientras ella se muere de risa, no por lo que cuento yo –que no debe haberlo escuchado–, sino porque está completamente absorbida por la pantalla.

 

Tarda tantísimo en devolverme la atención que me da tiempo a fijarme en mi entorno. Al lado, descubro a un nutrido grupo de amigos, unos cinco ó seis, que no hablan entre ellos. Cada uno atiende a su teléfono, pues parece que se están escribiendo con otras personas (¿o tal vez entre ellos?). Ni pestañean. El infierno no debe ser muy distinto a esta imagen.

 

Por fin mi acompañante me dice algo. "Es que chateo" –yo sólo lo hago con un chato de vino–. "Qué graciosos son", explica. "Mira lo que me han mandado". Pero pronto se olvida de su ofrecimiento, pues no me enseña nada, sigue a lo suyo. Yo ya me he acabado el postre, así que pido la cuenta al camarero. Explico a la chica que tengo que irme ya, pero no parece escucharme. ¿Qué hago?


Tengo prisa, así que me levanto y la dejo ahí, ensimismada en sus conversaciones virtuales. Mientras vuelvo al trabajo caminando, puedo enviarle unas líneas que expliquen que me he tenido que ir. Igual por escrito y en la distancia consigo algo de atención por su parte. 

En fin,  qué gran compra la que ha hecho Zuckerberg. Qué gran invento el WhatsApp, que ha revolucionado la comunicación humana.

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