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Centenario del primer genocidio del siglo XX

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Acaban de cumplirse cien años del exterminio de un millón y medio de armenios, a manos de las autoridades del Imperio otomano, durante el transcurso de la Primera Guerra Mundial, en lo que el Papa Francisco ha denunciado valientemente como el primer genocidio del siglo XX. Genocidio, una palabra que todavía hoy levanta ampollas en el Gobierno turco, que se niega a reconocerlo como tal. Lo cierto es que el 24 de abril de 1.915, las autoridades otomanas detuvieron y ejecutaron a 600 miembros de la élite armenia –el mejor modo de descabezar a ese pueblo-, para a continuación ordenar la deportación de centenares de miles de armenios, que durante las marchas por el desierto murieron de sed, inanición o directamente masacrados por los propios soldados y bandas de kurdos, después de sufrir atrocidades sin cuento.

La población armeniaera, según informó la Comisión armenia al Congreso de Berlín, en 1.878, de 3 millones de personas, de los cuales, 2.400.000 vivían en el Imperio otomano, en 1.867, de acuerdo con las autoridades otomanas. La mayoría de la población armenia se concentraba en la parte oriental de la Península de Anatolia y, más al norte, lindando con Rusia, donde actualmente existe el moderno estado de Armenia, con capital en Erevan. Además, en la capital, Constantinopla, había también una importante minoría armenia.
Dentro de las fronteras del Imperio, los armenios, conocidos como Millet – i – Sadika –Nación Leal- vivían en armonía con el resto de grupos étnicos, si bien sometidos a las leyes de la sharía, que los consideraba al igual que a los judíos y resto de cristianos como dhimmi, es decir, sujetos como súbditos de segunda categoría al pago obligatorio de impuestos especiales para poder preservar su religión. Conviene recordar que Armenia fue el primer reino cristiano, religión que ha estado durante siglos fuertemente arraigada en ese pueblo, pese a encontrarse en un entorno musulmán hostil.
Pese a tener cierta tolerancia dentro del Imperio, los armenios sufrían otras onerosas contribuciones, como el impuesto de sangre u obligación de contribuir con alguno de los hijos varones de la familia a las tropas del sultán. De hecho, este reclutamiento forzoso de niños, que eran apartados de sus padres y educados en la fe musulmana, alimentaron el cuerpo de élite, temido entre sus enemigos, de los jenízaros. Asimismo, fue frecuente el maltrato a manos de los pashás o beys locales.
Hubo algunos sangrientos precedentes del Holocausto armenio. Así, entre 1.894 y 1.897, tuvieron lugar las masacres hamidianas, por el sultán otomano que las perpetró, Abdul Hamid II, con la colaboración de los kurdos. Se cree, según las fuentes más fiables, que hubo alrededor de 300.000 víctimas.
En 1.909, nuevamente los armenios serán víctimas propiciatorias. Un grupo de militares y estudiantes de teología quisieron devolver el control del país al sultán y la recuperación de las leyes islámicas contempladas en la sharía. Se produjeron disturbios y el nuevo gobierno de los Jóvenes Turcos se tiene que emplear a fondo para restablecer el orden. Los armenios, que ni habían tomado arte ni parte en esas revueltas, pagaron una vez más los platos rotos, en la Masacre de Adana –enclave armenio donde se produjo-, con 30.000 muertos.
Y llegamos a la época del gran genocidio, cuya triste efeméride ahora recordamos. El Imperio otomano, conocido entonces como “el enfermo de Europa”, entró en la Primera Guerra Mundial, en 1.914, del lado de las potencias centrales. El ejército turco tuvo que medirse con las tropas rusas, en territorios de Anatolia oriental de fuerte presencia armenia, y en donde se habían producido fricciones entre armenios y musulmanes. En el ejército ruso combatían armenios, pues conviene recordar que parte de la Armenia histórica se encontraba dentro de las fronteras del Imperio del zar de todas las Rusias. Sin embargo, también hubo armenios combatiendo del lado del Imperio otomano, como le reconoció Enver Pasha al obispo armenio de Konia Mons. Karekin Khatchadurian, tras la derrota turca frente a los rusos en Sarimakis, admitiendo el valor de los soldados armenios.
En este frente de la Gran Guerra hubo avances y contra avances por parte de los dos bandos, pero la revolución bolchevique de 1.917 cambió el escenario. En 1.918, había desaparecido el ejército zarista, lo que permitió desplazar al ejército turco al sur, a sus territorios de Palestina y Mesopotamia, para hacer frente a los ingleses. Al término de la Gran Guerra, aunque la suerte de Turquía estuvo ligada a la de sus aliados de las potencias centrales, su dominio sobre la Península de Anatolia sería sólido.
Hay que ver ese contexto para entender las órdenes de deportación de la población armenia, del 24 de abril de 2015, apenas unos días después de la revuelta de Van, que el gobierno de los Jóvenes turcos vio como un intento de emancipación. Estaba muy fresco el recuerdo de las independencias de Grecia, Serbia y Bulgaria, en la Península de los Balcanes. Se decretó la deportación de todos los armenios de Anatolia hacia el sur, a Mesopotamia y lo que hoy es Siria, atravesando desiertos, sin agua ni alimentos. Los armenios fueron obligados a dejar sus hogares con lo puesto. Quienes no murieron de sed o hambre, fueron masacrados en el camino por los propios soldados turcos que se suponía que debían protegerles en su exilio y bandas de milicias kurdas, después de sufrir todo tipo de crueldades, violaciones… Las masacres se extendieron por toda la Anatolia y la propia población musulmana, vecinos durante generaciones de los armenios, se apropiaron de las propiedades de éstos cuando fueron obligados a abandonar sus tierras.
El gobierno turco jamás ha reconocido aquellos hechos, enmarcándolos en el contexto de la conflictiva situación de la Guerra Mundial y siempre ha reaccionado con virulencia frente a quienes, como sucede ahora con las declaraciones del Papa Francisco, califican aquellas matanzas como genocidio. Muy cerca de donde ocurrió aquella tragedia, se repiten las matanzas y la persecución, por parte del Islam, hacia los cristianos, religión que ha estado presente en la región desde sus orígenes. Occidente volvería a equivocarse si, como entonces, mira a otro lado y cierra los ojos ante el Holocausto de un pueblo. El mejor modo de repetir los errores de la Historia es su desconocimiento.

 

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