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España conmemora el V Centenario de la muerte de Fernando el Católico

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El 23 de enero de 2016 se cumplirán quinientos años de la muerte de rey Fernando el Católico, rey de Aragón y artífice junto a su primera esposa, Isabel I de Castilla, de la reunificación de España tras ocho siglos de dominio musulmán y la expulsión definitiva de los sarracenos del solar patrio. Hábil político y diplomático su ejemplo inspiró El Príncipe, de Maquiavelo, como modelo de buen gobernante.

Fernando llegó a acumular los títulos de rey de Aragón –segundo con ese nombre-, de Castilla –quinto-, de Sicilia y de Nápoles (donde reinó como Fernando III). Fue aragonés por empeño de su madre, Juana Enríquez, segunda esposa de Juan II el Grande. Se encontraba a punto de dar a luz en Navarra, donde trataba de intervenir en las disputas entre su esposo y su hijastro Carlos, cuando se apresuró a cruzar la frontera con Aragón, alumbrando a Fernando en Sos, provincia de Zaragoza, el 10 de marzo de 1.452.

A la muerte de su hermanastro Carlos, Príncipe de Viana, Fernando es nombrado Rey heredero de Aragón (1.461); lugarteniente general de Cataluña y, posteriormente, rey de Sicilia. Su padre Juan había mostrado especial empeño en casar a Fernando con la infanta Isabel, Princesa de Asturias y heredera de Castilla por su condición de hermana de Enrique IV. El matrimonio se realizó en secreto, en Valladolid, ya que los contrayentes eran primos segundos –pertenecían a la misma dinastía Trastámara- y el Papa aún no había dictado la oportuna bula de dispensa.

Sin embargo, pronto estalló la guerra civil en Castilla, entre los partidarios de Isabel, y de su oponente, Juana, apodada la Beltraneja, guerra en la que el apoyo de Fernando resultó decisivo para inclinar el desenlace del lado de su esposa. De manera que, en 1.479, Juana renuncia al trono a favor de Isabel, por el Tratado de Alcáçovas, retirándose a un convento en Coimbra. Poco después, Fernando, que había logrado ser aceptado como corregente de Castilla por la al principio recelosa nobleza castellana, sucede en el trono de Aragón a su padre, Juan, a la muerte de éste, ese mismo año de 1.479. De esta forma, quedan unidas ambas coronas.

Pronto se dictan las primeras medidas, como la introducción en Castilla de instituciones aragonesas como los consulados, que favorecerían la prosperidad económica castellana, y otras más cuestionadas pero que hay que entender en aquel contexto histórico, como la creación de la Inquisición en Castilla, la expulsión de los judíos o la de los musulmanes, un tiempo después de eliminado el último reducto musulmán en España.

Es precisamente en el terreno político, diplomático y militar donde alcanzó el Rey Fernando sus mayores logros, con la  conquista del reino nazarí de Granada y la capitulación de Boabdil en su capital, el 2 de enero de 1.492. Justo el año en que Colón, con el apoyo real conseguido en el campamento cristiano de Santa Fé, emprendió su aventura al descubrimiento de un Nuevo Mundo, que abriría nuevos horizontes para España.

Pero esa era una aventura en ciernes, todavía de incierto futuro en ese momento. Lo que era una realidad es que España había recuperado su unidad perdida en el año 711, cuando el reino visigodo de Don Rodrigo fue arrollado por las huestes de Tarik. Asimismo, el rey Fernando se volcó en la auténtica vocación de Aragón, su expansión por el Mediterráneo y, en particular, en Italia y Norte de África.

A través de la diplomacia unas veces, otras por la fuerza, Aragón, ahora España fue recuperando o afianzando su presencia en territorios que por derechos dinásticos o alianzas le correspondían: Rosellón y la Cerdaña, o Nápoles y Sicilia, en este caso gracias al  genio militar de un leal servidor de los Reyes Católicos, Gonzalo Fernández de Córdoba, más conocido como el Gran Capitán.

Fue el Papa Alejandro VI que, pese a ser aragonés no tenía buenas relaciones con el Rey Fernando, temeroso por su creciente presencia en Italia frente al tradicional enemigo de España, Francia, quien sin embargo concedió a Isabel y Fernando, por la bula Si Convenit, el título de Católicos, con el que pasarían a la Historia.

En el Norte de África, los Reyes Católicos, antes que asegurar grandes dominios, para paliar el constante peligro de las incursiones de piratas berberiscos que desde sus costas asolaban el litoral español, prefirieron afianzar pequeños asentamientos como el de Orán (en Argelia), que les permitieran controlar esas incursiones desde su mismo origen.

También se mostró muy hábil Fernando al diseñar la política de matrimonios de sus hijos, buscando reforzar alianzas con distintos países. Así, casó a su hija Isabel y, a la muerte de ésta, a María, con el rey Manuel I de Portugal; a Juan, con Margarita de Austria; a Juana, con Felipe el Hermoso, y a Catalina, con Arturo, Príncipe de Gales, y tras la temprana muerte de éste, con su hermano futuro rey Enrique VIII y que a la postre, terminaría repudiándola a favor de su querida Ana Bolena, provocando un cisma en la Cristiandad. Todo ello contribuyó al prestigio de la monarquía española.

A la muerte de Isabel, en 1.504, proclamó reina a su hija Juana, pero asumiendo por deseo de Isabel la gobernanza de los reinos. Al llegar Juana y su esposo Felipe el Hermoso a Castilla, los roces entre yerno y suegro saltaron en seguida. El primero no estaba dispuesto a ceder ninguna parcela de poder a Fernando quien, previamente y para prevenir el apoyo del rey francés Luís XII a Felipe, había contraído matrimonio con Germana de Foix –de apenas 18 años y a quienes separaban 35 años-, y que no habría de darle heredero varón (tuvo a Juan, pero murió a las pocas horas de nacer). El rey francés, además de conceder a su sobrina Germana todos los derechos sobre Nápoles (ya en posesión efectiva de España), otorgó a Fernando el título de Rey de Jerusalén.

Los nobles castellanos tomaron partido entre Juana y Felipe el Hermoso y Fernando el Católico, optando éste por retirarse a Aragón, pero la temprana muerte de Felipe y la  incapacidad de Juana, no en vano conocida como la Loca, hace que el Cardenal Cisneros asuma provisionalmente la regencia de Castilla. Fernando regresó entonces a Castilla siendo reconocido como rey regente, encerró a su hija de por vida en Tordesillas y delegó el gobierno en el Cardenal Cisneros, centrándose en las cuestiones de Italia y en un nuevo frente: Navarra.

Como hijo de Juan II de Aragón y en apoyo de sus derechos dinásticos, intervino en la guerra civil navarra a favor del partido beamontés, consiguiendo la definitiva incorporación del Reino de Navarra a España, en 1.512 (último en incorporarse, incluso después de Ceuta y Melilla), gracias a las tropas castellanas y vascas comandadas por el II duque de Alba, Fadrique Álvarez de Toledo y Enríquez. Las Cortes de Navarra, reunidas en 1.513, reconocieron al rey como su señor, después de que Fernando prometiera respetar sus derechos, y posteriormente en las Cortes de Burgos se aprobó que a la muerte del rey Fernando, el Reino de Navarra quedaría definitivamente integrado en la Corona de Castilla.

Fernando el Católico dispuso en su testamento que la heredera de sus bienes sería su hija Juana, pero que el gobierno de los reinos pasaría a su nieto, Carlos de Gante, futuro Carlos I de España y V de Alemania. Hasta su llegada, su hijo natural Alonso de Aragón gobernaría la Corona de Aragón, y el Cardenal Cisneros haría lo propio en la de Castilla. Finalmente, el 23 de enero de 1.516 entregó su alma al Señor, en  Madrigalejo (provincia de Cáceres), cuando se disponía a asistir al capítulo de las órdenes de Calatrava y Alcántara, en el Monasterio de Guadalupe.

Sin duda, Fernando e Isabel nos dejaron un extraordinario legado a los españoles que, quinientos años después, observamos con tribulación los intentos de deshacer lo que tanto esfuerzo costó reconstruir.

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