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El Rey Egica, el primer Fernando VII: El triunfo del sectarismo como origen de la decadencia española

La idea de decadencia es antigua en España. Españoles y extranjeros han hablado largamente, desde hace tiempo, de la decadencia de España.

Parece que España y su decadencia son dos palabras que suelen caminar de la mano. Vaya de antemano que no comparto tal diagnóstico. Azorín en su célebre ponencia de 1924, titulada precisamente “la famosa decadencia”, alertaba de la trampa:

“La idea de decadencia es antigua en España. Españoles y extranjeros han hablado largamente, desde hace tiempo, de la decadencia de España. Reaccionemos contra esta idea. No ha existido tal decadencia…”.

Ciertamente resulta curioso que se aplique la idea de “decadencia” de forma reiterada a un país que ha protagonizado la mayor gesta jamás contada (unir a los dos hemisferios) y que no se haga lo mismo con otras naciones con muchos menores méritos de los que presumir y al menos tantas, sino más, vergüenzas que ocultar. Sólo los ingenuos creen en las casualidades. Todos los países pasan, en realidad, por fases de mayor auge y otras de mayores dificultades, siendo ambos fenómenos difícilmente reconducibles a una sola causa; una obsesión simplificadora (“el single-cause approach”) de lo que en esencia resulta complejo en la que caen numerosos estudios pretendidamente científicos. Sobran los ejemplos.

En estas líneas vamos a tratar de bucear en nuestra Historia para descubrir “uno” de los males que han influido e influyen en provocar periodos de decadencia o debilidad de España: el sectarismo. En otras palabras, el optar por el interés particular o de ciertos grupos en lugar de por el general, o la obsesión por incidir en lo que separa o divide en lugar de en lo que nos une como comunidad o como nación.

¿Y cuándo surge esa falla en España? Pueden identificarse varios momentos pero aquí vamos a sostener que pudo acaecer en el periodo de los reyes visigodos, y concretamente con el rey Egica. Como ya no se estudian los reyes godos en la escuela este rey probablemente resulte un desconocido para parte de los lectores, aunque gobernó durante quince años (687-702) y resultó fundamental en el devenir de nuestra Historia como nación. Hoy pocos reconocen las aportaciones de los godos al gobierno en España, y cómo en tiempos tan tempranos como aquellos el rey no ejercía un poder absoluto, sino que dependía para muchas decisiones de los Concilios, una suerte de primigenio sistema de “cheks and balances”. La importancia del Concilio como antecesor del Parlamento no ha sido apenas destacada, asistiéndose en su lugar de forma mayormente pasiva a la afirmación un tanto caprichosa de que el Parlamentarismo lo inventan los ingleses con el Rey Juan. Ni siquiera cuando las primeras Cortes de Occidente son las de León. Pero esta parte de la Historia merece otro artículo que analice los inveterados complejos e ingenuidad de los propios españoles dispuestos a consumir acríticamente lo que viene de fuera.

Otro aspecto positivo del régimen visigodo era el peso de que gozaban la ley, de la tradición y de los juramentos. Cierto que el rey era quien emitía las leyes y ejercía de juez supremo, pero ese poder para ser ejercido en la práctica dependía de pactos con otras élites y una red de jueces más o menos profesionalizados [ver sobre el funcionamiento del sistema legal en esa época: Pablo Poveda Arias, “Relectura de la supuesta crisis del fin del reino visigodo de Toledo: unja aproximación al reinado de Egica a través de sus fuentes legales, AHDE, 2015, tomo LXXXV, pp. 13-46].

Lo que vamos a analizar aquí de hecho fue la traición de Egica a un juramento y al pacto de familia con su antecesor, lo que determinaría que la sociedad acabara dividida en dos. Una de las originalidades del sistema sucesorio de los reyes visigodos era que aunque, formalmente hereditario, no tenía por qué recaer en un hijo/a del rey. Cuando muere el rey Ervigio (que gobernó del 680 al 687), hereda el trono su yerno Egica (casado con la hija del primero Cixilo), que era a su vez sobrino del depuesto Rey Wamba y, por tanto, enemigo potencial de Ervigio. Y todo ello en detrimento de los hijos varones mayores de Ervigio. La razón es que éste trataba así de restañar heridas y reconciliar a las diversas familias. Pero Ervigio supedita la sucesión a dos juramentos en los cuales Egica promete: en primer lugar, llevar la justicia a la patria y gentes del reino, y un segundo respetar los bienes y las vidas de su familia política cuando llegara al trono.

Lo primero que hace éste cuando reina es convocar el XV Concilio de Toledo para que le liberara del juramento. El Concilio sólo cede parcialmente a los deseos del Rey afirmando que deben respetarse los dos juramentos, aunque en caso de conflicto debe prevalecer el primero. Esto es utilizado hábilmente por Egica para volverse contra su familia política y sus partidarios, despojándolos de sus bienes y repudiando incluso a su propia mujer, todo ello en nombre de reestablecer la justicia en el reino. La Historia de este episodio es más compleja, pero lo dicho basta para argumentar lo siguiente: la apuesta de Egica por la venganza sectaria en lugar de por la reconciliación trae como causa la debilidad del reino.

El reinado de Witiza, hijo de Egica (pero probablemente anterior a su matrimonio con Cixilo), nace rodeado de polémica y herido de muerte (se extiende del 702-710). En este contexto, su sucesor D. Rodrigo (710-711) accedería al trono de forma violenta, lo que determinará la división del reino en dos y la necesidad de hacer frente a diversas crisis, como la revuelta de los vascones. Precisamente se encontraba el Rey intentando sofocar esta revuelta cuando se produce, no por casualidad, la famosa batalla de Guadalete. No era la primera vez que los árabes trataban de invadir la Península pero si en esta ocasión tuvieron éxito fue debido a que los españoles estaban divididos contra sí mismos. De hecho, en la victoria del ejército musulmán influyó también la traición de los hijos de Witiza. Y es que en ocasiones se olvida que, como se dice en el Evangelio de San Lucas (cap. 11, ver. 17, 21, 22):

“Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y casa contra casa, cae (…) Cuando uno fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están en seguro; pero si llega uno más fuerte que él y loe vence, le quita las armas en las que estaba confiado y reparte sus despojos”

No sería el único momento en que la división y la venganza sectaria darían lugar a la pérdida de oportunidades y generaría la debilidad para nuestra nación que aprovecharon otros. Otro Rey que entra en este grupo de dudoso prestigio es Fernando VII. Tras haber sufrido nuestro país una invasión militar de nuestro vecino dirigido por un ególatra de tomo y lomo (aunque incomprensiblemente Napoleón tenga su propio club de fans entre nuestros compatriotas) y haber luchado los españoles camino a camino, casa a casa por la vuelta del Rey, éste retorna finalmente para ignorar a ese pueblo que había aprobado la primera Constitución liberal de occidente. Y no le importó perder soberanía, dignidad y vergüenza con tal de llamar a esos mismos que nos habían invadido (los cien hijos de San Luis o de su madre) para que le salvaran el trasero real, acabando con el trienio liberal, volviendo así a parar el reloj de la historia unos cuantos años más. Para que luego digan que lo francés es sinónimo de modernidad.

Pero estudiar la Historia está bien sólo si sirve para sacar lecciones para el presente, y no para trasladar, de forma cómoda, cómica e irresponsable, a un pasado lejano la responsabilidad por nuestros propios errores de hoy. Cuando uno ve la inquina en que cae el debate político o con qué facilidad triunfan y son apoyados los movimientos separatistas (incluso por quienes no lo son), no podemos sino mirar hacia atrás con tristeza, y ver cuántos Egicas (o qu-Egicas) y Fernandos VII sobreviven en nuestra sociedad y en nuestro panorama político.

Hoy, como ayer, seguimos divididos y enfrentados, empeñado cada uno/una en arrimar las ascuas a sus sardinas, mientras nuestros adversarios/competidores externos, reales o potenciales, se frotan las manos preparados para repartirse los despojos que les dejemos. En este contexto, ¿es casualidad que España sea el único país en que la perpetración de un ataque terrorista masivo, con más de mil muertos y heridos (el del 11M), uno de los más crueles de la Historia de occidente, no sirviera para unir a los españoles contra el responsable del atentado, sino para desunirnos más¿ ¿Ni que se tradujera en reforzar el poder del gobierno para luchar contra el terrorismo, sino por el contrario en la deslegitimar más su actuación, legitimando/justificando así, “a sensu contrario” el comportamiento de los propios asesinos? ¡Los “pobres” nos atacaban porque habíamos “participado” en la guerra de Irak, aunque fuera poniendo hospitales de campaña para atender a la sociedad civil!

Único caso en el mundo en que ha ocurrido esto. ¿Otro hecho diferencial de España? ¿Por qué será, mis queridos ingenuos? Curiosamente los “ingenui” en tiempos de los visigodos eran los hombres libres. ¡Cómo ha cambiado el cuento!

Alberto Gil

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