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Myanmar

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Los birmanos no tienen apellido. Ninguno de ellos toca en público a alguien del sexo opuesto. Son los únicos del sudeste asiático que conservan la forma tradicional de vestir: el longyi, un tubo de tela o faldón hasta los pies, usado por ambos sexos, por lo que se ven muy pocos pantalones en su país. La mayoría de sus habitantes, especialmente las mujeres, se untan la cara y el cuerpo con tanaka (polvo de madera), una especie de maquillaje color carne que les protege del sol y que desprende un agradable aroma…

Cuanto antecede es una breve muestra de los aspectos que más sorprenden al visitante nada más llegar a Birmania (o Myanmar, el nombre oficial desde 1989). Porque este país es realmente sorprendente por estos y otros muchos motivos: étnicos, culturales, religiosos, paisajísticos y monumentales. Resulta difícil mejorar la descripción que hizo de él Rudyard Kipling: “una tierra del todo distinta a cualquier otra conocida”. También para este escritor, que ha recorrido más de cien países, Myanmar es uno de los más fascinantes y genuinos que ha conocido. Es fácil sentirse en él como inmerso en un sueño mágico o una fácula anacrónica de imaginación desbordante.

El aislamiento social y político que, desde hace años, mantiene el régimen gobernante con la comunidad internacional, a causa del encierro de Aung San Suu Kyi, la Premio Nobel de la Paz, ha propiciado que Myanmar sea un país autóctono, hermético y muy conservador. Atesora intactas sus tradiciones, ya que la influencia exterior apenas existe. Es la parte de Asia en la que casi nada ha cambiado desde la época colonial británica. En ningún otro país de la región se pueden ver tantos pareos, turbantes y exóticas vestimentas, las cuales por otro lado, permiten identificar las diversas etnias que pueblan el territorio birmano.

El dinámico ambiente de Yangon
Un itinerario clásico de cuatro o cinco días debe incluir, al menos, las cuatro ciudades más interesantes: Bagan, Amarapura, Mandalay y Yangon, la capital. Es ésta una ciudad pintoresca y caótica. Su vida urbana es muy atractiva por su cosmopolitismo y riqueza étnica. Su icono es la Pagoda Shwedagon, la más importante del país, considerada una de las Maravillas del Mundo. Su gran cúpula dorada, de casi 100 metros de altura, es visible desde toda la ciudad. Merece la pena dedicar bastante tiempo a esta impresionante obra de 2.500 años de antigüedad. Omitir esta visita es como ir a París y no ver la Torre Eiffel. Para los budistas es el lugar más sagrado.

Callejear por el centro de Yangon permite, además, visitar otros muchos monumentos budistas como el Templo Suye Paya o el impactante Chauk Htat Gyi, en el que se encuentra la famosa imagen del Buda reclinado, de 65 metros de longitud. Y, cómo no, acudir al célebre mercado Bogyoke Aung San, un paraíso de dos mil tiendas para los buscadores de gangas. En él, aparte de practicar el obligado regateo (hasta el 50%), hará bien el viajero en adquirir, aparte de los típicos souvenirs, unas babuchas o chanclas para cumplir con el exigente protocolo de descalzarse cada vez que se visita un monumento budista. Entre los recuerdos que uno puede llevarse de Myanmar están los típicos longyis, artículos de artesanía, parasoles, lacados, marionetas, joyas de jade, piedras preciosas, etcétera.

Y, si de comer se trata, Yangon es la capital culinaria del país. Desde los puestos callejeros, que ofrecen menús asequibles, hasta los excelentes restaurantes tailandeses, japoneses o europeos. Uno de los más recomendables es el Royal Thazin. Y para hospedarse, el Hotel Chatrium (www.chatrium.com), moderno y acogedor. 
 

www.franciscogavilan.net.
Más info: Adventure Myanmar, 27,
Inya Myaing Road, Baham, Yangon.
E-mail:
[email protected]; www.adventuremyanmar.com

 

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