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Hay que cuidarse

Vivimos en una sociedad polarizada en dos ideas que nos han ido obsesionando poco a poco. 

La primera es el culto al cuerpo con todo lo que ello supone de sacrificio para conseguir la belleza corporal y un aire juvenil. No se trata de cuidar la salud, cosa necesaria y conveniente y que solemos hacer cuando empezamos a verle las orejas al lobo. No, esto tiene un matiz peculiar que es el deseo de estar en forma, porque creemos que el éxito esta en un físico atrayente y joven. La segunda idea que nos domina es el miedo a ciertos productos que nuestro cuerpo produce, y que son necesarios para su buen funcionamiento. El ejemplo más típico es el colesterol, detrás de él le siguen como enemigos del ser humano, la grasa de todo tipo y las calorías. ¡Qué lucha sostenemos por conseguir el peso conveniente!

Y es verdad que hay que cuidarse, pero creo que estamos cayendo en una trampa: la que nos tienden las grandes empresas de “alimentación sana”, y esa industria de las “hierbas naturales” que en el fondo lo que buscan es el negocio, y lo encuentran, claro. Estoy cansada de que nos bombardeen a todas horas con yogures que nos facilitan el tránsito intestinal, frase cursi donde las haya si se saca de su contexto médico, serio y responsable. Y me cansan actores famosos que sólo piensan en ir al cuarto de baño fácil y cómodamente. Apago la tele cuando salen anuncios en donde la grasa circula por nuestras arterias como Pedro por su casa, mientras una persuasiva voz nos previene del peligro que corremos al comer de una manera inadecuada. Todo es verdad pero todo es mentira porque detrás está negocio. Estamos llegando al extremo que el chorizo y demás productos similares los vemos más dañinos que el arsénico. Los potajes, las cazuelas, las berzas y cocidos se van arrinconando en nuestras mesas porque les tenemos miedo. Vivimos pendientes del número de calorías que consumimos y buscando lo mejor, dejamos atrás lo bueno de la vida. No quiero que se interpreten estas palabras mías como un elogio al descontrol, ni mucho menos, pero siempre se ha dicho que lo mejor es enemigo de lo bueno y lo verdaderamente malo para el cuerpo, y el espíritu es renunciar de una manera drástica y sin par a ciertos alimentos que tomados con mesura y sin excesos no pueden hacer daño a una persona sana. Y sobre todo que no nos manipulen y que no nos hagan sentirnos como Pantagruel, porque un día nos permitimos la locura y el atentado criminal de tomarnos un trozo de lomo con un huevo y un chorizo fritos.
 

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