Tengo la sensación de que con la finalmente reconocida guerra de Afganistán se está produciendo un fracaso. Diría más, se está produciendo el gran fracaso de la coalición internacional promovida por Estados Unidos, encabezada por la OTAN y animada por la ONU. Pienso que este fracaso consiste en no haber sabido movilizar a sus aliados musulmanes para llevarlos a los campos de batalla, no sólo en Afganistán, sino en Irak, Somalia o el cercano Sahara. Más aún: ni siquiera los países europeos han sido capaces de llevar a cabo una estrategia única contra esa rama del terrorismo de Al Qaeda que mata, secuestra y se refugia en el Sahara, como hemos visto estos días con el pago por parte de España de un rescate millonario que pronto se convertirá en armas para sus sucursales afganas o somalíes; y como vimos con la súbita salida de nuestras tropas de Irak. De esta manera, el miedo de unos y la debilidad de otros, que sueñan con ilusorias alianzas de civilizaciones, están alimentando los avances de un terrorismo que tiene muy claras sus ideas: imponer al mundo el integrismo islámico con la más que estimable ayuda del relativismo occidental.
