El Parlament catalán, al prohibir las corridas de toros, ha dado un cobarde bajonazo a la libertad de la ciudadanía para elegir lo que le parezca mejor. Con políticos así, políticos de tan baja entidad democrática e intelectual, no es posible conducir a un pueblo que sabe mejor que ellos lo que les conviene, con discernimiento y razón. Lástima es que tan noble pueblo tenga que estar bajo las directrices de tan aldeanos gobernantes, que sólo saben señalarles un camino de limitaciones, reservando para ellos, los gobernantes, privilegios y dádivas generosas, a cambio de su inoperancia para cuanto signifique gestión eficiente, juego limpio y libertad real.