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Otro fiasco «torista» en el anunciado y vacío «desafío ganadero»

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De todas formas, el «marketing» de la empresa, tan cogido por los pelos y desmedido ante la escasa fama de amabas ganaderías, no logró cubrir más que la mitad del aforo de una plaza donde, en un ejercicio de artificioso torismo, se pintaron unas rayas añadidas a las habituales para graduar la distancia a la que los toros debían acudir a los caballos.

Y si es verdad que algunos se arrancaron de largo, otra cosa es lo que hicieron debajo del peto, al sentir el hierro de la puya, que es cuando realmente se debe medir la bravura de un toro. Porque ahí todos «cantaron» su falta de raza, soltando cabezazos, sin empujar, doliéndose al castigo o saliendo sueltos con más o menos discreción.

Todos menos uno, que fue el tercero, un cárdeno de solo 475 kilos -el zambombo sexto dio en la báscula 150 más- que quizá por ello, por estar en la hechura y el peso más adecuado para su encaste Santa Coloma, fue el único que metió los riñones con los pitones bajo los faldones del peto.

Con el hierro de Rehuelga -divisa que solo pudo lidiar dos de los tres anunciados-, este «Mulerito» tuvo también una buena condición ante la muleta, embistiendo con mayor nobleza y entrega, aunque sus medidas energías aconsejaran un trato más templado y de mejor pulso que el que le dio el voluntarioso Javier Jiménez, que solo al final del trasteo acabó dando con la tecla.

No pudo conseguir nada más el sevillano con el basto y fofo sexto, del mismo modo que tampoco pudo sacar mucho en claro de su lote el madrileño Javier Cortés, que volvía a Las Ventas después de su excelente actuación del día 2 de mayo. Aquel día resultó herido Cortés, igual que hoy, solo que esta vez todo se quedó en un puntazo tras una aparatosa voltereta de la que cayó de cabeza contra la arena, propinada por el feo y desclasado sobrero de José Luis Marca cuando le sorprendió desprevenido al hilo del pitón.

El director de lidia, Iván Vicente, protagonizó la actuación más compacta. Primero, con un noble ejemplar de Rehuelga, flojito y descoordinado, al que «sobó» hasta asentarlo y ayudó a que desarrollara su buen fondo. Y como premio a su paciencia y sutileza obtuvo tres ligadas y más que estimables series de naturales, aunque poco valoradas por el público.

Con el cuarto, un toro flaco y cornalón de Pallarés, el madrileño se esmeró en que el animal luciera en varas, dejando que se arrancara de largo al caballo que montaba su hermano Héctor. Y así fue como los aficionados tomaron por bueno a un ejemplar que, en realidad, no peleó con entrega ni entonces ni ante la muleta, a la que acudió sin humillar, sin que tampoco se tuviera en cuenta la solvencia, e incluso el buen gusto, con que Vicente le sacó más incluso de lo que tenía.

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