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Descuartizadores

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Uno de los tipos criminales más crueles y repulsivos, y que más expectación nos genera a los periodistas, es el descuartizador. En las últimas semanas hemos conocido el asunto del casero del chalé de Majadahonda. Un tipo, ya en prisión, que está acusado de matar y despiezar a una inquilina, que aún permanece desaparecida. Tampoco se sabe nada de su tía y auténtica propietaria de la vivienda, cuya pista se perdió justo después de que intentara vender la casa.

El detenido, Bruno, tenía en el ‘chalé de los horrores’ una picadora industrial, algo que, como es lógico, no ha pasado desapercibido a la Guardia Civil. Y es que la máquina tenía restos orgánicos de la arrendataria. Ahora, los agentes se afanan en buscar dónde pudo dejar los trozos del cadáver. Han rastreado las fincas rurales y los vertederos de la zona sin éxito. El acusado no suelta prenda y si no han podido entrar en la mente del descuartizador en los primeros días será difícil que ahora revele dónde abandonó a la víctima. 

Pero, ¿qué lleva a una persona, incluso homicida, a actuar con tanta saña para mutilar a otra? Una tarea que no es fácil, ya que se necesita valor, fuerza y unos instrumentos adecuados. Lo primero que podemos pensar es que el asesino quiere deshacerse del cuerpo sin llamar la atención y poco a poco. Se trata de los descuartizadores defensivos. Saben que ‘si no hay cuerpo, no hay delito’ e intentan complicar al máximo la labor a la Policía.
 
Hay casos incluso puramente instrumentales. Por ejemplo, hace unos días aparecido un hombre desmembrado en dos bolsas de deporte en un olivar de Parla. Se trataba de un ‘bolero’ que iba a transportar droga a través de un vuelo al extranjero pero alguna de las bolas que ingirió debió explotar en su estómago y fallecer. Ni cortos ni perezosos, las personas para las que trabajaba le rajaron todo el cuerpo para recuperar la droga.
 
Por otro lado, hay otros descuartizadores más terribles, los ofensivos, que son los que muestra una inusitada furia violenta y se ensañan con el cadáver, estando incluso vivo. La mayoría de ellos son psicópatas y en muchos casos han drogado a sus víctimas para cortarlas poco a poco. En contados casos son capaces de guardar, e incluso comer, alguna de las vísceras. Descuartizan por venganza, pasión u odio y les gusta hacerlo. 
 
A diferencia de lo que ocurría hace décadas, gracias a los avances científicos y tecnológicos, las Fuerzas de Seguridad resuelven reúnen las suficientes pruebas para pillar y condenar a un destripador, por mucho que se afanen en ocultar el cuerpo. El problema es que en España el descuartizamiento de una persona ya muerta no supone distinta pena al del homicidio, ni se configura en el Código Penal como causa agravante. Ni implica, en muchos casos, la existencia de alevosía que transforme un homicidio en un asesinato, algo a todas luces pendiente de mejorar en nuestro sistema punitivo.

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