Pedro Luis Gallego Fernández, español de 61 años, fue detenido hace dos años acusado de varias agresiones sexuales tras secuestrar a sus víctimas a punta de pistola en el entorno del Hospital de La Paz. Había salido de la cárcel en 2013, gracias a la revocación europea de la ‘doctrina Parot’, después de cumplir solo una pequeña parte de la condena de 273 años por el asesinato de la menor Leticia Lebrato y otros 18 delitos de violación en las décadas de los 80 y 90.
Estamos hablando de un depredador sexual. En el juicio, del que todavía no hay condena, el procesado ha pedido perdón por el daño causado. Se muestra arrepentido y solicita tratamiento en la cárcel, de la que sabe y dice que no va a salir con vida. “Estoy arrepentido de todo lo que he hecho, e incluso de haber nacido. Que me entiendan a mí también porque yo me considero una víctima de mí mismo. Tengo un impulso que no puedo controlar”, ha manifestado. Es la primera vez que lo reconoce y pide ayuda.
Sin embargo, a pesar de lo afirmado, a Instituciones Penitenciarias no le consta que Pedro Luis Gallego hubiera solicitado algún tipo de tratamiento o curso para frenar esos impulsos sexuales. Eso sí, sus remordimientos le llevaron a intentarse quitar la vida este verano. Los funcionarios de la cárcel de Herrera de la Mancha comprobaron que tomó algún tipo de sustancia o pastilla para autolesionarse. Estuvo grave pero pudo recuperarse. Desde entonces, y como tenía hasta enero, se le aplica un protocolo antisuicidio, con vigilancia permanente desde una mampara.
Como bien señala el reconocido criminólogo y profesor Vicente Garrido, el concepto de depredador sexual es poco preciso y se usa sobre todo en los medios o en obras de ficción. Con este término se identifica a alguien que seguramente reincidirá en su agresión sexual hasta que no sea capturado. Otro elemento común es que utilizará la violencia o su amenaza con los adultos (fundamentalmente mujeres) para lograr un estado de sumisión. Con los niños puede usar la seducción o el engaño, pero en ambos casos sus actos revestirán una gran gravedad, es decir, buscará la satisfacción última que proporciona el ultraje completo de sus víctimas.
Pero, ¿cómo reconocemos a un depredador sexual y lo diferenciamos de alguien que comete puntualmente una violación? Estos delincuentes carecen de mundo interior, no reconocen los limites ni los valores éticos y morales, no miden las consecuencias, no se arrepienten y vuelven a cometer el abuso. Aunque valoran los riesgos, sus impulsos no los pueden controlar. La mayoría de esas personas tienen trastorno sexual y emocional en su personalidad y cuando se estudia la familia de donde vienen se aprecian traumas no resueltos, abandono, maltrato, autoritarismo y machismo.
Como animales depredadores, se basan en una especie de rito de caza para actuar. Algunos incluso hacen regalos a sus víctimas, establecen una relación de confianza y empatía con la mujer, el niño, o con el adolescente, o con su entorno más cercano. Detectan a las víctimas más vulnerables, aquellas más permisivas, donde no existen muchas reglas. Entonces, aprovechan el mejor momento para abordarlas y atacarlas, estableciendo su relación de poder a través de la violación, la humillación y, en algunos casos, el asesinato. El violador del ascensor es todo un ejemplo de ello.