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Un paseo por el Siglo de Oro

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Madrid ha inspirado muchas de las grandes obras de la literatura universal y sus calles han quedado a la vez impregnadas de las letras que sobre ella han escrito los más grandes poetas, dramaturgos y prosistas de todas las épocas. Fue el conocido como Siglo de Oro el que marcó un antes y un después en la cultura madrileña, bien por ser entonces la capital escenario de obras literarias, o por convertirse en la residencia de los escritores más importantes de la época. La Villa fue el gran teatro en el que Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Góngora y Quevedo fijaron su residencia y representaron la obra de su vida y la de su muerte. Lo hicieron en el Barrio de Las Musas o del Parnaso, que posteriormente se conocería como Barrio de Las Letras. 

El Madrid delas Letras
Merece la pena pasear por este pedacito de casticismo y echar la vista atrás hacia un Madrid de callejuelas imposibles en el que el teatro causaba verdadero furor. Lo hacemos siguiendo la ruta de El Madrid de las Letras organizada por el Patronato de Turis-mo del Ayuntamiento de Madrid, pero antes, Esther, nuestro guía, aconseja detenerse frente al Colegio Imperial (actual IES San Isidro), el centro educativo más antiguo de España. Ubicado al lado de la Colegiata de San Isidro, por sus aulas han pasado los más ilustres escritores del Siglo de Oro, políticos, e incluso, bandoleros como Luis Candelas. Desde allí atravesamos la Plaza Mayor (un gran escenario teatral) para dirigirnos a la Plaza de Santa Ana por la calle de la Bolsa, siguiendo un camino de baldosas rojas que indican la primera senda peatonalizada de la Villa; la que unía el Paseo del Prado con la Plaza de Oriente. Dos corrales de comedias se repartían entonces la audiencia popular, rivalizando en estrenar a Tirso de Molina o a Calderón de la Barca: el más importante y todo un icono cultural en la actualidad es el Corral del Príncipe o de La Pacheca, precedente del Teatro Español. Escasos metros separan este escenario de la parroquia más ilustre de la Villa, la de San Sebastián. Allí recibió el Bautismo Tirso de Molina, entre otros muchos, se casaron Larra o Zorrilla y se celebraron las exequias del que fuera un auténtico ídolo del pueblo: Lope de Vega. Hasta allí llegó su cortejo fúnebre, el 27 de agosto de 1635, entre una multitud nunca vista en la época; y cerca, muy cerca del Altar Mayor descansaron sus restos durante algunos años, hasta que fueron exhumados y arrojados a una fosa común, después de que el Duque de Sessa no financiara el entierro tal y como había prometido. A esta iglesia pertenecían además las dos hermandades (de la Pasión y de la Soledad) que gestionaban el Corral de Comedias. Quizás esta relación histórica con los cómicos sea la justificación de que una de las capillas de la parroquia esté dedicada a Nuestra Señora de la Novena, patrona de los actores españoles.

Pasear por la calle de Huertas es empaparse de las citas que recuerdan a los muchos literatos que vivieron en las inmediaciones y que están grabadas sobre el suelo que tantas veces pisaran sus zapatos. Aquí más que en ningún otro lugar se hace necesario caminar mirando al suelo, aunque también conviene levantar la vista hacia los paneles informativos de los laterales. 
 

Las calles de los grandes
Nuestros pasos nos conducen a la calle del León uno de los mentideros más famosos de la Villa, donde se reunía el gremio de los representantes. Muy cerca se abre paso la calle de Cervantes, donde se ubica la casa en la que falleció el creador de El Quijote (una placa lo recuerda), y la que fuera residencia durante 25 años de Lope de Vega (actualmente reconvertida en su casa-museo abierta al público). Desde allí salía puntualmente el dramaturgo a las 12.00 horas hacia el convento de las Trinitarias (situado en la calle de Lope de Vega y donde permanecen los restos de Cervantes), de donde era capellán; y cruzaba la calle de Quevedo, donde se encuentra la casa en la que vivió este y que previamente había ocupado su mayor rival: Luis de Góngora. 

Terminamos la visita en la calle del Prado y mirando hacia el Paseo homónimo, triángulo de oro del arte mundial. Pasado y presente de una ciudad viva, con mucho que ofrecer.
 

 

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