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Ignacio del Valle: «La literatura son cuatro cosas básicamente: empatía, experiencia, trabajo y sobre todo, honestidad»

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Se puede decir sin temor a equivocarnos que si Ignacio del Valle se dedicase al cine, sería como Stanley Kubrick, un director que reniega de la literatura fórmula para adentrarse en ignotos caminos. Con Índigo Mar, este escritor asturiano consigue explorar los demonios del alma humana y lo consigue. EL DISTRITO charló con él.

¿Por qué Índigo Mar…?

Es un proyecto diferente de lo que hago normalmente, con una editorial más pequeña, más independiente que edita de otra forma. Siempre tuve muchas ganas de contar el proceso de cómo se crea un libro: las tensiones, las frustraciones, las preocupaciones…todo el proceso creativo. Lo que ocurre es que no me apetecía hacer un ensayo sobre el tema. Salió una novela sobre el tema. Está Pablo, que en un momento dado se retira a una isla porque padece un bloqueo creativo. Muchas veces me han dicho que cuánto comparto yo con Pablo. Y bueno, he de decir que comparto algunas cosas con él porque ambos somos escritores, pero no mucho más. Por ejemplo, yo nunca he tenido un bloqueo creativo, básicamente porque estoy todo el día trabajando. Creo que tener bloqueos creativos es síntoma de no trabajar mucho.

La escritora y periodista Rosa Montero afirma que su proceso creativo para escribir una novela comienza a través de un huevecillo.

Como todos. Hay una idea, hay una imagen, una palabra, una acción que se repite en tu cabeza como un bucle y a partir de ahí desarrollas la novela, que en este caso, tengo que decir algo que no es muy comercial para la novela, y es que la defino como una novela junguiana porque soy muy fan de Jung, y al final, la mayoría del proceso creativo se desarrolla bajo el nivel de la consciencia, son cosas que uno no controla aunque estés trabajando porque las conexiones se desarrollan a nivel inconsciente. En la novela, cada personaje es un arquetipo que yo tengo. Linnea, el viejo, Tomás…son miedos míos o ambiciones mías o incluso nostalgias mías a partir de las cuales voy desarrollando las ideas a través de los personajes.

¿Cómo te enfrentas al temido folio en blanco?

Yo siempre sé cómo empieza la novela, sé cómo acaba la novela y sé adonde voy. Ahora bien, lo que no sé es lo del medio. Creo que hay que tener un plan para hacer una novela, no se puede ir a hacer una novela para ver qué sale. También es cierto que no se puede cerrar cierto grado de incertidumbre. Está muy bien saber qué cierta parte de la novela no se conoce adonde va, como la vida misma. También hay que tener en cuenta que tampoco se puede copiar la vida porque la diferencia entre una novela y la vida, eso lo decía Tom Clancy, autor de bests ellers, es que la novela tiene que tener sentido.

Truman Capote hizo casi copia la realidad en “A sangre fría”.

Sí, convirtió un hecho real en una novela ficcionada. Al final, cuando haces una novela debes tener una estructura, unas causas y consecuencias. En la vida no controlas eso. Sólo Dios, hipotéticamente, controlaría todas las causas y consecuencias. En una novela hay que tener pedazos de realidad cerrados con sentido, no puedes copiar la vida porque es inabarcable. Hay que tener muy claro de donde viene cada cosa.

¿Cuál es el mayor demonio de Ignacio del Valle?

Tengo unos cuantos. Por ejemplo, le tengo mucho miedo al fracaso, no sólo al laboral sino también al vital. Tengo también cierta nostalgia últimamente cuando paseo por el parque del Retiro. Seguramente eso en la novela esté reflejado en el viejo. Saber que cuando desapareces, todo continuará igual, no va a pasar absolutamente nada. Cuando murió David Bowie, tuvo una portada en El País y al día siguiente pasaba otra cosa. Da cierta nostalgia de vivir y de la fugacidad, tempusfugit. Cuando vas a Nueva York es triste pensar que antes de ti y después de ti habrá millones de personas mirando el EmpireState y teniendo las mismas sensaciones que tiene uno. Somos uno más. Esa sensación se duplica cuando visitas las pirámides de Egipto. Llevan 3500 años ahí y cuando las ves, te das cuenta que eres un simple pestañeo en la línea del tiempo. Es lo que decía el replicante de Blade Runner: “Todos esos momentos se perderán…en el tiempo, como…lágrimas…en la lluvia”. Es la esencia del asunto. Por eso escribimos, contra la muerte.

Contaba Fernán Gómez en “La silla de Fernando” que cuando llegaba a cierta edad veía su biblioteca y se despedía de aquellos libros que no sabía que ya no podría leer.

Al final la vida, si no tienes un sentimiento religioso, no tiene demasiado sentido. Llegas a esa conclusión. A la vida debes darle tú el sentido y en este caso cada uno tiene el suyo. Yo escribo porque me ayuda a pasar el rato y me lo paso muy bien. Siempre digo que el sentido de la vida es como la cara de Dios del Antiguo Testamento, no puedes mirarla de frente porque es muy bestia. La realidad es muy cruda, muy bestia y además, no tiene sentido. Hay que buscar embajadores, filtros, para poder mirar la realidad. Estar en pareja con una persona, por ejemplo, es un filtro. La literatura es un filtro, la religión es un filtro…Hay una frase de Paul Valery que pongo en el libro que dice que “la creación no es más que una mancha en la pureza de la nada”. Nosotros estamos dentro de esa mancha.

¿El resultado final de Índigo Mar es el que querías o eres de los escritores que volverían a reescribir su novela?

No vuelvo a reescribir las novelas, lo que estoy es siempre insatisfecho con lo que escribo. Ahora bien, cuando ya está en la calle la novela no puedes hacer nada. Puedes volverla a corregir por ejemplo si diez años después te la vuelven a publicar. Si eres un escritor como Dios manda vas a estar siempre insatisfecho en el momento en el
que pones punto y final a la novela.

¿Aunque hayas escrito “Guerra y Paz”?

Da igual porque no creo que Tolstoi estuviera contento con “Guerra y Paz”, sinceramente. Y eso que cuando lees “Guerra y Paz” te das cuenta de la salvajada que es. Creo que el proceso es mejorar. Eso es otro de mis demonios, mejorar. No concibo la vida sin aprender y sin mejorar.

¿Cómo se hace eso en la literatura?

En la literatura escribiendo mucho no mejoras, te haces más hábil con el oficio pero la mejora proviene del riesgo.

El otro día leí a Javier Marías decir que escribía mejor antes, cuando era joven y escribió “Corazón tan blanco”, que ahora.

Creo que eso es una boutade. Hombre, igual él lo considera así, pero en mi caso no. La escritura es un proceso de acumulación de conocimientos y herramientas. Yo empecé a escribir bien a partir de los 40 años y llevaba escribiendo desde los 20. A partir de los 40 me di cuenta de que escribía bien, ahí es cuando empiezas a saber de qué va el asunto. Cuanto más leo, cuanto más escribo y cuanto más riesgos tomo en cada novela, Índigo Mar es un riesgo, mejor suelo escribir.

Eso es la antítesis a lo que hacen muchos escritores que no paran de repetirse.

La literatura son cuatro cosas básicamente: empatía, experiencia, trabajo y sobre todo, honestidad. Nadie puede auto engañarse cuando escribe. Uno sabe cuándo lo hace bien y cuando mal otra cosa es que en las entrevistas vendas motos. Uno sabe cuándo ha aprendido a manejar una herramienta nueva en el momento en el que te arriesgas. Eso forma parte del proceso del escritor. Considero que cada cierto tiempo hay que salir del tiesto, arriesgarte. Eso no quiere decir que dejes de ser inteligible porque hay gente que hace novelas experimentales imposibles de leer. Es lo que decía Picasso, “cuando controlas una técnica hay que pasar a la siguiente”. Hay una cosa muy importante contra la que tenemos que luchar los escritores, que es la acedía, el aburrimiento, la depresión. Nunca puedes aburrirte escribiendo.

A la hora de escribir, ¿eres metódico?

Soy organizado. Si quieres ser un escritor profesional no puedes andar por ahí de bohemio, escribir cuando vengan las musas. De 10 a 12 ó 13 horas de la mañana estoy escribiendo, salvo cuando estoy de viaje y el resto del tiempo estoy leyendo. La chispa de la creatividad surge cruzas información porque la escritura no es imaginación, la escritura es memoria. Es recordar, lo que has vivido, tus experiencias…Esa mezcla inconsciente se nutre de una constante corriente de información de todo tipo. En mi casa tengo una fila de 15 libros de lo que tengo que leer cada uno de un tema diferente, leo dos periódicos al día. Me obligo a leer cosas que no me interesan a priori. Mantengo siempre esa corriente funcional en mi cabeza, desde hace 6 ó 7 años que me di cuenta de que ese era el sistema.

Índigo Mar llevaba en tu cabeza seis años y lo escribiste en seis meses.

Así es. Normalmente tardo 2 años en escribir una novela pero en esta ocasión fue una cosa muy rápida. Me sorprendió a mí mismo. Empecé un verano y en octubre la acabé. No sé por qué fue así, seguramente se llevaba fraguando mucho tiempo y salió.

¿Es tu libro más cinematográfico?

Todos mis libros poseen muchas referencias cinematográficas, son fáciles de adaptar a la pantalla porque son muy visuales. Ese es mi estilo, aunque no soy un escritor al que le guste tener un estilo, pero es lo que hay. Hay un estilo que sale natural a día de hoy tras 25 años escribiendo pero intento romperlo siempre. Siempre pongo una serie de puntos que no tengo que hacer en la siguiente novela.

Si fueras crítico literario, ¿cómo definirías tu estilo?

Es una buena pregunta esa. Tendría que resolverla en un ensayo literario. Creo que, sinceramente, hay una precisión en el lenguaje, hay un lenguaje muy visual, hay mucho diálogo. También creo que tengo muchos mecanismos cinematográficos a la hora de contar una historia

Las ilustraciones de Miguel Navia no pasan desapercibidas.

Es un crack. Ya trabajé con él en la novela por entregas que se hacía en El País. La portada, personalmente, creo que es buenísima porque sale mi novela entera. Hizo un trabajo excepcional. Fue muy simpático porque hubo polémica para hacer esa portada porque había 3 criterios: el mío, el del editor y el de Miguel. El de Miguel y el mío se acercaban bastante pero no se acercaban al del editor, que es el que tiene que vender el libro. El editor no quería sacar un culo en la portada. Al final Miguel hizo un ejercicio de compendio fantástico.

¿Por qué afirmas que es la novela más sucia que ha escrito?

Porque el sexo es muy importante. El sexo es una potencia absolutamente irracional. Decía PhillipRoth se puede estar por encima de muchas cosas pero nunca por encima del sexo. Eso es verdad.
Es muy instintivo. Considero a las musas como energías vitales, que cambian mi manera de ver el mundo. Puede ser un viaje, una relación sentimental buena o mala, una película…son cosas que te pasan que te pueden cambiar la vida. El sexo puede ser una de ellas. La novela tiene mucho sexo, hay sexo tranquilo de una relación estable y luego hay un sexo absolutamente desmadrado, pasional, que es con Linnea. Creo que todos hemos tenido una Linnea en nuestra vida.

En el libro está también muy presente la amistad.

En mi obra es muy importante la pulsión que tengo sobre la fragilidad de la amistad porque en realidad todos los vínculos son muy frágiles. Amistad y amor son diferentes filtros de la vida, ninguno de los dos es más fuerte que el otro, ambos se pueden destruir con una palabra. Una amistad de 25 años se puede destruir con una palabra. Eso es otro de mis demonios, la fragilidad de la amistad y del amor. Ambos conceptos resultan muy interesantes para escribir, son materiales muy maleables, literarios.

También hay partes que se adivinan realidad y otras ficción.

Porque me interesaba mucho contar la relación que tiene lo onírico con la realidad. Los procesos creativos no se controlan. Soy muy fan de Jung porque escribe muy bien pero el que tenía razón era Freud.

Hay una frase en Índigo Mar que me llamó la atención: «Todas las madres del mundo están condenadas al infierno…”

Es fantástica esa frase. Es de Dante. “La Divina Comedia” es la obra de un genio en su mejor momento. Se quedó grabada una escena: el infierno es espectacular, es la mala leche de un tío concentrada durante el tiempo que estuvo escribiendo en toscano. Dante, en el sexto círculo de los nueve que hay, condena a todas las madres de la historia. A nadie se le ocurre hacer eso. Lo contó así: todas las madres del mundo están en un desierto permanentemente azotadas por rayos de fuego y vigiladas por el minotauro. (¿y cuál fue la causa?). El motivo que esgrime es maravilloso: “en el sexto círculo están los condenados por blasfemar contra Dios porque todas las madres del mundo aman más a sus hijos que a Dios”. Nadie, por consiguiente, se libra. Es acojonante.

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