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Lorenzo Abadía: «Hay que contemplar el poder con desconfianza para garantizar la libertad política»

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Usted presenta su ensayo Desconfianza: Principios políticos para un cambio de régimen como una obra encaminada a remover conciencias. Para ello ha advertido que el libro no será del agrado de lectores a los que no les guste la realidad ¿Por qué este ensayo?¿Qué realidad expone usted?

Desconfianza es un libro que parte de la teoría realista -hay dos grandes doctrinas, la idealista y la realista-. Se hace un análisis de la realidad, de lo existente y se empiezan a emitir juicios y soluciones. El ensayo comparte esa teoría realista. Digo que no gusta porque hay muchas personas a las que no les gusta la realidad, y lo pegan todo con el celofán más optimista.

Por otro lado, la teoría realista tiene varios autores considerados proscritos: Nicolás Maquiavelo y Carl Schmitt . Este último tuvo connotaciones con el nazismo aunque previamente había diseñado una teoría de la constitución como nadie había hecho. Por su parte, a Maquiavelo se le acusó de inventar el mal en la política, cuando él lo descubre. Eso es como decir que la manzana se cae por culpa de Newton, él descubre la gravedad, no la inventa.

La política siempre es la misma: la lucha por el poder; eso ha ocurrido desde los griegos hasta ahora. La política, como dice Maquiavelo, siempre ha consistido en la lucha por el poder. No es tanto cómo actúa la política, sino cómo se ve. La política actual se ve como idealista. La gente piensa que la política no debe estar sujeta a unas leyes de control del poder por parte de la ciudadanía. La teoría realista dice que hay que cambiar las leyes para que el hombre, cuyo ADN es inmutable, al menos a corto plazo, acabe comportándose mejor debido a las leyes, como garantía de una serie de comportamientos.

Yo establezco una diferencia entre la Revolución Francesa, cuyos artífices quisieron cambiar simplemente al hombre, y la Revolución Americana, que querían hacer una república de las leyes y poner cortapisas al poder. Los padres fundadores de este modelo eran personas que más pronto o más tarde acabarían ocupando el poder y ellos mismos se autolimitaron.

 

Partiendo de esa distinción ¿Hay cierto miedo a tomar el modelo americano en Europa, y concretamente en España, por ciertas élites?

Claro, pero no las élites económicas, como algunos dicen, sino de los que controlan el poder, que son los partidos políticos. Que luego tienen connivencias con el gran capital, bien, pero esa teoría de que el gran capital controla a los ciudadanos es una teoría izquierdista desatinada e idealista, no realista. En España mandan las cúpulas de los partidos.

 

Dicha crítica carga contra el concepto de partitocracia, pero el hecho de que grandes empresas influyan en los partidos ¿Cree que también habría que dirigir las críticas hacia la esfera privada?

No hay una mano negra que mece la cuna sin que nadie se entere, esas teorías ‘conspiranoicas’ no las comparto. Se sabe qué empresas han financiado a los partidos. No es que las empresas controlen al sistema, sino que los partidos recurren a las empresas para obtener financiación. El problema es que hay una connivencia porque son los partidos quienes alimentan a muchas de las grandes empresas. Obviamente obtienen de ahí financiación, y como vemos, ilegal. Pero el monopolio está en la política, el poder, la soberanía está en el Estado, quienes controlan el Estado disponen de la soberanía. La teoría de que el poder está en el capital es marxista y equivocada.

 

¿Cuáles son esos principios que promoverían el cambio de régimen?

Son todos aquellos que componen los capítulos de mi libro. Hay un principio fundamental, que es el de la libertad política. Para llegar a él hay que conocer el poder, conocer la condición humana y luego aplicar. Esos conocimientos, en la política, se consiguen con la desconfianza frente al poder. El espíritu crítico y el recelo, como el nombre del libro. Hay que contemplar el poder con desconfianza para garantizar la libertad política.

El régimen que tenemos no es una democracia ni una dictadura, es una oligarquía de partidos, una partitocracia. Lo controlan los partidos al poner a los jueces, al poner los consejos de administración de cajas de ahorro, al influir en grandes empresas; los partidos nombran uno a uno a los miembros del Parlamento metiéndolos en sus listas, sin que nadie fuera de las listas pueda acceder, que es lo que más importancia le doy y que es el defecto más grande de nuestro régimen.

Para cambiarlo, de oligárquico a democrático, y partiendo de la desconfianza, llego a la conclusión de que para obtener la libertad que necesitamos hacen falta: separar los tres poderes; que los miembros sean designados de manera independiente; y que el Parlamento no esté formado por diputados de listas, porque no habremos quebrado la partitocracia.

 

Usted propone en su libro la figura del Diputado de Distrito para poner fin a las listas cerradas ¿En qué consiste dicho modelo?

Lo fundamental es hacer que los políticos dependan de nosotros: que nuestros representantes dependan de los ciudadanos a través del sistema electoral. Por ello propongo el denominado Diputado de Distrito. Cuando la persona se elige en una circunscripción se presenta por sí misma y no camuflada por el partido. Los ciudadanos, en su circunscripción conocen al miembro y dependiendo si les gusta o no le votan. Cuando vaya éste al Parlamento deberá cumplir su programa, porque sino sabe que no le volverán a votar.

En una lista haces actos de vasallaje al que te ha puesto, viviendo de ello. Por ello propongo esa teoría. El Diputado de Distrito funciona desde la edad media, vigente en EEUU, en Francia, etc. Aunque solo en parte. Una cosa es que la gente no sepa usar su responsabilidad de votar, pero el sistema político debe buscar la libertad política de los votantes. Tienes que aspirar a diseñar un sistema garante de esa libertad de voto. España sería más libre con este sistema.

 

Plantea una revolución. Sin embargo se aleja de ese concepto marxista de revolución ¿Se ha agenciado el término la izquierda?

Sí. No puedo entender ninguna acción política que no vaya a mejorar la calidad política como revolucionaria. Cualquier cosa que vaya en contra es reaccionario. Hablo de revolución y de las distintas que hay. La revolución de la igualdad es imposible, hay que aspirar a ser libres. La gran política debe a aspirar a las reglas del juego que nos hagan libres.

 

Asimismo, sus rehiletes no sólo van dirigidos contra la partitocracia, sino también contra los nacionalismos.

Hablo de la democracia, de la desconfianza, el poder, la condición humana. Todo ello parte de una una base, y en España está desapareciendo esa base que cimenta un régimen democrático, que es el concepto de nación. En el libro hablo de nación, del error del federalismo, la impostura de la autodeterminación, la legitimidad y la soberanía.

 

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