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Jane Joyd en el Teatro José María Rodero

Asalta Jane Joyd el teatro Rodero en formato de triada aumentada: Elba Fernández a la voz y guitarra acústica, Iago Mouriño al piano, Xulio Vázquez a la batería y Nando González a la trompeta. Caen como al despiste y sin anunciarse desde el esquinazo atlántico en un día raro de primeros bochornos y hordas futboleras peregrinando al centro. El concierto apenas ha sido publicitado y es fuera de circuito. Torrejón de Ardoz es hoy una rama alejada del meollo musical a pesar de que el GPS indica que estoy en la calle Londres y veo una cabina roja de pega en sus primeros números. Ya no son aquellos tiempos de Cuéntame en los que entraba el cogollo roquero en vinilos desde la base aérea.

Se escurre el escenario como un rampa hacia la platea tratando de suplir la escasa inclinación de algunas zonas de butacas. La acústica es extraña. Ya en la prueba de sonido la sala va por libre: tira de agudos en algunas zonas mientras en otras, zumba en graves. En patio, un público mezclado entre los fieles que han venido desde Madrid y los abonados que van religiosamente a lo que le echen; cada uno con sus teorías: desde el que encontraba similitud con los primeros discos de Amancio Prada (sic) hasta el que decía que eran unos valientes por hacer esa música que sólo se podía hacer por verdadero amor a ésta teniendo en cuenta el erial en el que hay que prosperar.
 
Comienza el concierto con la mitad del público en tranquila expectativa, sin referencia previa a la música o a lo que han ido a ver, y con algún despistado pidiendo versión española. Elba modula la voz en potencias como quiere y su guitarra suena cristalina y cortante. Es una pena que la trompeta estuviera ligeramente alta y sobre todo el piano demasiado bajo, engullido en las partes de eclosión volcánica, y no se pudieran aprovechar más los matices de un sonido en relojería, con la épica montada en una noria y los fogonazos con la pólvora a negras.
 
Se adentra el grupo, por momentos, en experimentación y diálogos de brusca vanguardia expresionista entre la batería rotunda y el piano, con Iago encorvado como un capitán Ahab metiéndole mano en las tripas encordadas a su ballena de teclas, a veces para sacar el micrófono que se escurría en las profundidades del armazón y otras para rasguear su arpa como escondida en un ataúd.
 
Concierto sin concesiones ni rellenos. Puro acero musical. Se me hizo corto.

 

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