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Johnny Winter llega al Teatro Lara

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Llega en horas Johnny Winter al madrileño Teatro Lara, dentro del ciclo Leyendas con Estrella, acompañado de su hermano Edgar: multi-instrumentista capaz del mejor rock sureño (They only come out at night) y de caer en el abismo inclasificable de su Frankenstein. Vuelven sus caminos a cruzarse y muestra de lo que son capaces de hacer juntos son algunos de sus discos de los setenta: Rock n´ Roll y Roadwork en el 72, Together en el 76.

Llega Johnny Winter con el aura de albino incendiario –que fue- a medio gas. Llega con la pátina de maldito que ha sobrevivido con mandrágoras en el bolsillo. Llega con su cuerpo en escama y lleno de tinturas de blues, estrellas y dragones japoneses; tatuajes que él mismo va relatando en I´m ilustrated man.
 
Fue Johnny un adolescente exiliado en la negritud, un niño raro de piel transparente y mirada dada la vuelta hacia ese polvorín de negros místicos de voces profundas dándole al slide y al zapatazo en casas llegas de boogie y extrañas luces en la parte lúbrica de la ciudad, al otro lado de las vías del tren.
 
Reventó el blues a los pocos años con la energía de un energúmeno –achacándole, el grueso de la tropa, el abandono del tradicionalismo. Se espoleó en jams, como la mítica del Scene Club de Nueva York (1968) donde coincidió con Hendrix, Buddy Miles y un Jim Morrison tan borracho que se dedicaba a gemir, aullar y a obscenidades varias.
 
Publica The progressive blues experiment (1968), disco enorme. Actúa en Woodstock y da el pelotazo definitivo con Johnny Winter and… Live (1971), un directo incandescente y salvaje con el mástil chispeando como el de un tranvía desbocado quemando pentatónicas. A partir de ahí algunos discos maravillosos y fronterizos (Still alive and well, del 73; Nothin´ but the blues, del 77…) para una década redonda aunque no de acceso mayoritario al público.
 
Aprovecha el tirón setentero para recuperar al por aquella época olvidado Muddy Waters, otrora gallito del corral y superado por unos Stones que sólo hacían su sucedáneo. Grabó el padre del mítico Mannish boy, bajo su batuta, cuatro grabaciones clave que dan medida de su importancia: Hard again, I´m ready, King bee y Blue sky.
 
Demostró Winter, a pesar de su vena rocanrolera, la buena comunicación con los bluesmen antiguos, con los viejos de la tribu, y fantástico es el disco Whoopin´ (1984) grabado con Sonny Terry y Willie Dixon.
 
No sé lo que sigue empujando a Johnny Winter a seguir en la carretera. Lo vi por primera vez a primeros de los 90´s, saliendo de su recortada guitarra coreana un blues ametrallado que respetaban hasta lo heavies, una apisonadora de seis cuerdas y en formato trío. La última vez fue en el 99, en un concierto doblete con John Hammond J.R. en el Cuartel de Conde Duque. No podía ni calzarse la guitarra y ya tocaba sentado. ¿Qué quedaba de aquel sonido brusco, fresco, rotundo, sucio y arrastrado al galope hacia adelante? Se nos perdió el gran Johnny Winter en algún momento de esa década.
 
Lo siento, pero soy incapaz de ir al concierto y ver a un volcánico maravilloso, al que tanto admiro, encorvado en una silla y descargando el peso de la música en una banda mercenaria que temo de segunda en cosas de feeling.

 

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