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El recuerdo de Festival de Woodstock en el Mad Cool

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Si hay un festival mítico, si sólo se pudiese elegir uno, ese sería el legendario Woodstock, sin ninguna duda. El Mad Cool nos traerá una exposición que lo tiene todo de tributo con el añadido de contar con la presencia de Baron Wolman, uno de los grandes fotógrafos del rock & roll y primer editor gráfico de la Rolling Stone; y el fundador de Woodstock: el iluminado Michael Lang, que anda ahora con el revoltijo de montar un sarao por el medio siglo que se cumplirá en breve. Ardua y arriesgada tarea, sin duda, el mantener erguido el mito aunque económicamente pueda ser un pelotazo.

La exposición producida por Reel Art Press de Londres, y comisariada por Tony Nourmand, nos trae una colección de fotografías de Wolman, la mayoría inéditas, de aquella comuna musical y contra-cultural que se montó aquellos días de 1969 en una granja cercana a Nueva York donde se esperaban cincuenta mil asistentes y terminó la cosa en medio millón de afortunados que vivieron en setenta y dos horas una de las piedras angulares de la música del siglo XX. Los que dicen haber estado allí a tiro pasado se cuentan por millones.Fue ese el comienzo de los macro-festivales que hoy tenemos tan altamente profesionalizados y, vamos a decirlo, tan políticamente correctos: hoy pasearse en bolas mientras brama Neil Young con una truja en los labios de aromática hierba ya no sería de idealista que quiere cambiar el mundo a su manera, si no de pervertido detenido a la segunda canción si la primera no es muy larga. En fin, ya lo decía Dylan hace una eternidad. Los tiempos están cambiando… y eso que el maestro Bob, que hoy que esto escribo cumple setenta y cinco años, no se podía imaginar lo visionario de la frase y todo lo que aún vendría después.

Va a ser curioso cerrar un círculo y sumergirse en el Mad Cool después de ver todas esas imágenes en la Caja Mágica y pensar qué habrá sido de todos aquellos jovenzuelos que, rematando la década con hambre de ruptura y cambio, terminaron sucumbiendo en los ochenta: hastiados, desencantados o, en el peor de los casos, abducidos por aquella sociedad que aborrecían por cómo estaba montada. Hoy, muchos hablan de pecados de juventud y reniegan. Eso sí que no tenía futuro y no lo de los punkies de una década después.

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