Hoy es de esos lunes en los que Madrid da cita obligada para salir pues hay que ver a Alejandro Escovedo, tejano de San Antonio que comenzó metiéndole rabias en los setenta al punk soleado de la Costa Oeste –con The Nuns, llegó a telonear a los Sex Pistols en su gira por los States- para posteriormente pasa fugazmente por los Rank and File y montar con su hermano The True Believers, un grupo cargado de rock sólido con tres guitarristas. Ya en los noventa, Escovedo, canaliza toda esa rabia inicial en pura emoción de montaña rusa. Así, dice de él el músico e historiador Lenny Kaye que “se pasea por las desesperaciones y celebraciones de la vida con una profundidad emocional que trasciende fronteras y géneros.”La revista No Depression le otorgó el título de mejor artista de los 90´s, afilando desde la fecha discos a caballo entre el cielo y el abismo, y alcanzando ese estatus de viejo rockero en punta de lanza y con mucho que decir. En su prolífica carrera le toca ahora presentar su último disco: Burn Something Beautiful (2016) tras superar un comienzo de siglo XXI tocado por la enfermedad y estando a punto de morir por culpa de un huracán en plena luna de miel. Alejandro Escovedo, calidad y honestidad, qué más se puede pedir.
Y si así empieza la semana en la Sala Sol, termina el domingo con The Sadies, cuarteto canadiense que hay quien compara de alguna manera con los míticos The Band. Es la de banda liderada por los hermanos Dallas y Travis Good un rock & roll con garganta garajera y guitarras como sierras cruzadas, a veces rozando el rockabilly, que llevan ya desde finales de los noventa dándole a la candela eléctrica sin abandonar ese country de raíz de sus vecinos del sur ni ciertos efluvios psicodélicos. Su último disco grabado en el sótano de la casa paterna, Northern Passages, recién publicado y con un mes de vida, anda de presentación amplia por España: Barcelona, Santander, Zarauz, Madrid, Valencia, Zaragoza, A Coruña, Pontevedra…
Tienen The Sadies la elegancia aderezada con la pólvora suficiente como para convertir una sala en un caldero sudoroso de old school. No se abriguen y allí nos veremos, abrasándonos, que tres años sin que vengan los de Toronto por estos lares es mucho y hay que recuperar el tiempo perdido.
