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AC-DC

Víctor Vázquez

Consiguen los hermanos Young meter en el Vicente Calderón a los madridistas cantando el mismo himno que los colchoneros: “Highway to hell”. Cuernos luminosos, pocas mujeres e infinidad de rockeros cuarentones recuperando chapa y cuero, afilando porro y basculando cerveza en un olvidar por unas horas las crisis y a los hijos dejados en casa de la abuela; crisis en las que siempre se vuelve a lo básico. Panem et circenses, y eso en rock and roll son los AC-DC: el único grupo al que se le permite no evolucionar; es más, nadie quiere que lo hagan.

Los australianos son puntuales. Comienza la iniciación para las nuevas generaciones y Yosi, de Los Suaves, piensa desde la barra vip en que tendrían que haber sido ellos los teloneros como lo fueron hace años con The Ramones, uno de los que más abundan en camisetas.

Brian Johnson es el estibador de siempre, manteniendo su voz de sierra mecánica desde los tiempos con Geordie. Malcolm, anclado a ese riff de guitarra marca de la casa donde es tan importante el silencio entre acordes, se mantiene en un discreto pero rotundo segundo plano permitiendo a Angus, con cincuenta y muchos añazos y haciendo honor a su apellido, despegar como un clásico amplificador de lámparas hasta alcanzar el frenetismo de un energúmeno vital. Qué distinto del Angus sin el uniforme de colegial, tranquilo y relajado, aunque siempre pícaro, que conocí hace unos años en el Villamagna, y que me firmó un pase en el último momento para entrar por la trastienda.

El pequeño Young agarrado al mástil es capaz de canalizar como un hechicero las ansias de todo un estadio mientras corre por el escenario, dispara desde su fusil afinado en Mi, ejerce de heredero de los andares de pato de Chuck Berry, o marca costillaje eléctrico de perro-flauta como un trapero de la música. Qué más podemos pedir si hasta la tormenta que llevaba amenazando toda la tarde se convirtió en una cursi llovizna refrescante coincidiendo con el “Thunders-truck”.

Locomotoras ardiendo, confeti, fuegos artificiales, cañones -“For those about to rock, we salute you”-, campanas -“Hells bells”- y Rosie, la muñeca hinchable, en recuerdo de aquella australiana con carnes en buena sazón que en su día se trajinó el llorado Bon Scott pariendo el “Whole lotta Rosie”. Dan ganas de continuar la tourneé y rodar hacia Barcelona, Marsella, París… Todos queremos más. “It´s only rock and roll but i like it”, como bien sentencian los Stones con toda la razón.
 

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