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Adolfo Suárez

Muere Suárez y nos sorprende el Rey con un speech en piloto automático. Ni la muerte del amigo afloja los corsés de sus discursos cartón-piedra. Y es que está la Monarquía como para darle un baño de almidón y ponerle marco de Museo del Prado, de esos que hacen en la esquina de Viriato con Modesto Lafuente.

 

Muere un Suárez cualquiera y, aunque fuera un cabrón en vida, todos hablan bien de él. Cosas de España y sus hagiografías. Muere Suárez, sin el un, y todo se magnifica como un adelanto de la Semana Santa donde el culto a los muertos tiene un algo de cola para la lotería de Doña Manolita. A fin de cuentas se trata del gran San Pablo de la política, caído en democracia desde el caballo de la Falange.

 

Que fuera el mejor de los reciclados del régimen anterior (no nos olvidemos, una dictadura) y fuera, quizá, el mejor presidente que se podía tener en el cambio de tuerca tras la muerte de Franco, no lo convierte en lo que se ha llegado a decir de que sus dos pilares fueron la honestidad (no lo dudo) y la democracia (sic). Los verdaderos demócratas estaban en otro lado antes del 75. Y hay quien hablará de la renovación desde dentro y bla, bla, bla… Como en el caso de Fraga que, cuando salió elegido Obama para la presidencia de los Estados Unidos, soltó sin ningún pudor que era como él, un demócrata de centro reformista. Igualito, igualito…

 

Adolfo Suárez fue una buena elección en ese momento, como no lo era poco después para una democracia más asentada; igual que hay buenos presidentes para períodos de guerra que no funcionan en aguas mansas y al revés. Hay que encuadrar, sin duda, a cada personaje en un entorno, en clave local-temporal.

 

Fue breado por la derecha continuista, entre otras cosas, por esquirol y por la legalización del Partido Comunista, piedra de toque que mostraba internacionalmente que la Democracia iba en serio. Por la izquierda que sacaba brillo a su pasado en el Régimen. Por los militares que veían reducido su papel por la potenciación de la sociedad civil. Por la Iglesia, pues la jerarquía tenía todo un monopolio de influencia que actuaba como un filtro de hierro por la gracia de Dios. E incluso por el Rey, que criticó el desastre de su gestión como presidente. Conseguir lo que consiguió con ese panorama, y ETA en plan carnicería, es todo un mérito.

 

Dos detalles que matizan al personaje, no de mis altares pero al César lo que es del César. Primero: salió tieso de la Moncloa, algo inconcebible en un concejal de urbanismo cualquiera. Segundo: el quedarse en el escaño cuando el Tejerazo, mientras el grueso de la tropa se escurría al enmoquetado; al igual que Carrillo que sería el primer fusilado si se diera el caso de aplicar bala al golpe.

 

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