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Ajustes

Ante el problema económico que tenemos en España, existen dos posibles opciones empíricas. Por un lado están las dogmáticas, donde el partido gobernante se especializa en el regate corto, tomando decisiones según los réditos electorales que le supongan. Pero que la teoría falla y la evidencia empírica demuestra que desemboca en una sociedad más empobrecida a medio plazo.

Y por otro están los pragmáticos, cuya intención es liberalizar la economía para mejorar las finanzas del país y a partir de ahí consolidar todo un estado de bienestar.

A diferencia de lo que opinaba Pasteur, que decía que no hay mejor vacuna que cierta dosis del propio virus, el mayor problema que tenemos es nuestro endeudamiento y eso no lo arreglamos endeudándonos más.  Sí o sí tenemos que intentar ajustar nuestros gastos a nuestros ingresos porque si no vamos directos hacia el abismo. Como dato hay que decir que pagamos 77 millones de euros al día solo en intereses. 77 millones que en vez de gastarlos en sanidad o educación se los damos a quien en su día nos dejó dinero. Es importante saber esto para poder poner en entredicho a aquellos que piden que el ajuste que está haciendo el gobierno sea más lento.

Sin embargo, si las decisiones económicas se hubiesen seguido tomando por intereses electorales, como se estaba haciendo hasta hace pocos meses, no habría forma humana de detener esta sangría.

No podemos hacer como el chiste que circula por Europa donde dicen que los españoles tenemos dos proyectos para resolver nuestra angustiosa salida de la crisis. Uno dicen que es sobrio y realista, y el otro una ilusionada fantasía. El realista es que la virgen de Fátima haga un piadoso milagro. El irreal es que seamos capaces de ajustar nuestros gastos a nuestros ingresos.

El gobierno es absolutamente consciente del coste electoral que está teniendo sus decisiones, pero el anterior gobierno dio una cifra de déficit 25.000 millones de euros menor a la real, y en función de esos datos se elaboró el programa electoral de Partido Popular.

Aun así, por mucha política económica que se haga, toda esa teoría jurídico-económica es útil, que duda cabe, es muy importante, pero es adjetiva. Lo sustantivo, el secreto final de la riqueza de las naciones radica en el corazón y en la personalidad colectiva de los pueblos. En otros países enarbolaron el famoso “Yes, we can”. Aquí no somos de eslóganes, pero si trabajamos juntos con toda seguridad saldremos de la crisis.
Me gustaría finalizar diciendo que hay que ver las cosas no como a algunos les gustaría que fueran, sino como son, porque es evidente que en nuestro tiempo la prosperidad no se puede imponer por decretos concebidos por manifestantes y políticos productores de la situación en la que estamos, sino por decisiones reflexionadas por unos expertos que jamás han oído hablar de Rosa de Luxemburgo pero que día a día leen el ‘Financial Times’. Y es que no es lo mismo una política cuyo objetivo sea que haya el menor número posible de ricos, que otra política cuyo objetivo sea que haya el menor número posible de pobres.

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