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Ausencia de pontoneros

Experiencias recientes demuestran, una vez más, lo complicado que es enfundarse el mono de trabajo para tender puentes entre personas. El oficio de pontonero hace mucho que no está de moda, si es que alguna vez lo estuvo. Y no lo está porque nos resulta casi imposible ir a un diálogo franco sin el fardo de nuestra pétrea opinión inamovible, que no estamos dispuestos a cambiar bajo ningún concepto, nos digan lo que nos digan, aunque los argumentos que nos expongan sean demoledores. La lerda convicción de que allí donde estamos llevamos la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad con nosotros es algo desastroso para tomar decisiones eficaces y estrechar lazos entre una orilla y la de enfrente. Es lo que se llama el pensamiento único, el mandato mental que llevo a cuestas, que me castra a la hora de comunicarme si no lo identifico a tiempo, y que me empuja a exigir a todos ser moldeados por ese mismo filtro personal enanizante.

Da igual el nivel social que observemos: por ejemplo -con perdón por lo manido y aburrido del tema-, ninguno de los dirigentes de los dos grandes partidos de este país, con lo que les está cayendo, es capaz de ir al encuentro del otro con el deseo sincero de llegar a acuerdos de calado nacional; día tras díadesanima comprobara cómo lo que propone uno es rechazado de plano y de entrada por el otro, sin más razón que el venir de quien viene, como si no pensar igual que uno fumigara cualquier resto de sentido común o sabiduría en el razonamiento del contrario. 

Esta actitud egocéntrica nace en lo hondo de cada persona, y eructa en cada momento, a cada paso que damos. Basta repasar muchas de las relaciones en las comunidades de vecinos, por señalar otro ejemplo muy cercano a todos en la base de la pirámide social. Es difícil encontrar personas que desinteresadamente piensen en cómo mejorar lo común sin obtener nada a cambio excepto, precisamente, su parte de lo común; en dedicar tiempo a entender –escuchar asertivamente- lo que le ocurre al de al lado y ponerse en sus zapatos; en ver los problemas no como algo negativo y que resta, sino como una oportunidad de mejora personal y colectiva. La dialéctica de los puños y las pistolas (figuradas) está a la orden del día por doquier, se necesitan pontoneros sociales, llenos de humanidad.

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