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Buenos son los jazmines

Víctor Vázquez

 

Es la de Túnez la última de las revueltas románticas. Tardía -como todas- pues el vaso ha de llenarse antes de muchos hastíos para que un día, y por sorpresa, surja esa chispa que todo lo inflama en mareas de cambio e idealismo. El pueblo no termina de creérselo del todo y piensa en la razón de haber tardado tanto en levantarse.

Ben Ali se va de jubilación dorada, cargado de lingotes, y es una pena que nunca se le vaya a juzgar -ojalá me equivoque- con una Justicia internacional llena de recovecos e intereses. Hay que recordar aquí la defensa, por parte de Sarkozy, del poder establecido cuando estalló la rebelión simplemente porque calculó mal el final previsto: sofocar, purgar y silenciar…, y no porque no supiera de la fiesta del chivo que por allí se celebraba. Ahora se excusa explicando que no sabía que el grado de desesperación de los tunecinos era tan alto y se ofrece a empujar a favor de Túnez para que consiga ese convenio con la Unión Europea que persigue. Pura hipocresía.

Le han arrancado limpiamente el timón de las manos al sátrapa, que en su fondo cobarde ni se atrevía a cogerle el teléfono a su mujer que le fustigaba para resistir y dinamitar la ya revolución como fuera para poder mantener sus privilegios de sangría, ostentación y mafia. Buenos son los jazmines y hasta Marruecos ha llegado el temblor, y así ha actuado apretando mordaza y acortando correa. No las tiene todas consigo Mohamed VI con su Monarquía divina basada en la fe y el coche de lujo. Un futuro de mierda para la mayoría de los jóvenes marroquíes y la constatación, tras publicarse unos cables de Wikileaks, de lo que todo el mundo ya sabía sobre la mordida real y otros dispendios pone en jaque al divino por un posible efecto dominó que pueda tumbarle.

En Túnez, y salvados los primeros peligros de un golpe de estado y de que la euforia se transformara en violencia por todo el país, se trata de volver a cierta tranquilidad que permita montar unas elecciones no dirigidas y con hambre de libertad como primera piedra para una Democracia con mayúsculas. Lo dice un reconducido Ghanuchi -En Nahda-: “El Islam no es la solución”. No, la solución es la democracia, los Derechos Humanos, la división de poderes, las garantías constitucionales y sobre todo no basar el Derecho en cuestiones de fe interpretadas por iluminados bajo una óptica casi medieval.

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