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Cómo fabricar el futuro económico de Madrid

Imagine una persona que se alimentase sólo de carne. Podría tomar los solomillos más jugosos, pero, evidentemente, una dieta tan desequilibrada acabaría, más pronto que tarde, provocándole problemas serios de salud.
Pensemos ahora en una ciudad occidental. ¿Sería sano que su economía se ‘alimentase’ sólo del sector servicios y del turismo? Evidentemente, es una ‘dieta’ económica desequilibrada. Y es, lamentablemente, el camino que está siguiendo Madrid.

Trataré de explicarme. Es obvio que Madrid nunca ha sido Manchester. Ni siquiera cuando la revolución industrial llegó a España, allá por el XIX, Madrid y su área fue una referencia nacional: ese papel lo jugaron, básicamente, Cataluña y País Vasco. Pero es igualmente cierto que la ciudad no puede renunciar a tener su propia industria, porque con más de 250.000 parados, los poderes públicos tienen la obligación de no desdeñar cualquier vía de creación de empleo. Es cierto que la globalización complica los caminos, pero Madrid puede y debe tener industria en su propio término municipal. Industria del siglo XXI, basada en las nuevas tecnologías, la economía del conocimiento, y también industria en un sentido más tradicional, ubicada incluso en su propio término municipal, como demuestra, por ejemplo, la fábrica de Nissan en Barcelona o, sin ir más lejos, la de Peugeot en Villaverde.

Este es el objetivo. ¿Se acerca a él nuestra realidad? La triste verdad es que ni por asomo. Pensemos por ejemplo en el Polígono de Marconi, también en Villaverde, donde la actividad industrial tiene que convivir con la de los traficantes de seres humanos: Marconi es el imaginario colectivo sinónimo de explotación, no, como debería, de creación de empleo. En la otra punta de la ciudad, el Polígono Industrial de Vicálvaro también sufre la indolencia del Gobierno municipal, más preocupado de vender iniciativas más glamorosas y mediáticas… que tampoco funcionan. El mejor ejemplo es la Nave Boetticher, que el Ayuntamiento presentó, con tanta grandilocuencia como pomposidad, como Catedral de las Nuevas Tecnologías: anunciada en 2006 como un polo de creación de riqueza y conocimiento ligado al software e internet, se iba a inaugurar en 2008. Hoy sigue cerrada, sin visos de su apertura siquiera en 2014. Por el camino, el PP ‘ha invertido’ en ella 52 millones de euros (por ahora) de todos los madrileños.

La apuesta del Ayuntamiento es, en definitiva, a una carta: turismo y servicios. Falta imaginación, falta voluntad política y también falta dinero, pero dinero sí había. El problema es que se despilfarró en vender castillos olímpicos de naipes y catedrales tecnológicas huecas. Ahora pagamos las consecuencias.

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